Por Massiel Reyes Leconte
“¡Saludos, mi papá! Cuente todo, mi patrón. Mi jefe, toy aquí.”
Esa frase, dicha con picardía y convicción, es la puerta de entrada a un universo informal pero perfectamente funcional. Un ecosistema donde las reglas se negocian, el tiempo se acorta y las soluciones aparecen a cambio de un “refresco”.
Estamos hablando de los llamados buscones, esos personajes cotidianos —y a veces necesarios— que pululan alrededor de oficinas públicas, notarías, juntas, bancos y cualquier otro espacio donde haya trámites lentos, filas interminables o ciudadanos confundidos. Pero no se limitan al papeleo. También te parquean el carro, te lo lavan, te lo cuidan, te lo mueven y, si te dejas convencer, hasta te lo decoran con su toque personal.
Son emprendedores de acera, gestores por cuenta propia, solucionadores sin uniforme, y lo hacen con un lenguaje que no solo es directo, sino que también establece —con precisión milimétrica— el trato que merece cada cliente.
De “mi patrón” a “mi rey”: la jerarquía oculta del lenguaje buscón
Detrás del saludo alegre del buscón hay mucho más que cortesía callejera. Cada expresión que utiliza —“mi patrón”, “mi jefe”, “mi papá”, “mi rey”— no es al azar, sino una etiqueta calculada que reconoce, adula y clasifica.
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“Mi patrón”: para el que aparenta autoridad, tal vez llega con chacabana, gafas oscuras o simplemente proyecta que es de los que resuelven. Hay respeto aquí, pero también expectativa: este “patrón” seguramente suelta bien.
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“Mi jefe”: más informal, más directo, más del día a día. Es la categoría estándar del cliente confiable. No hay demasiada ceremonia, pero sí buena vibra.
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“Mi papá”: aquí entra la confianza total. Tal vez ya se han visto, ya ha habido propina, ya hay un guiño de familiaridad. “Mi papá” es quien siempre responde.
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“Mi rey”: la joya. Es halago y estrategia a la vez. Usado con el cliente que llega seguro, fresco, con celular nuevo o perfume caro. El buscón lo trata como realeza, esperando una compensación a la altura del título.
Estas fórmulas, cargadas de jerarquía simbólica, construyen una pequeña estructura social en la calle. Y en esa estructura, el buscón es psicólogo, lector de lenguaje corporal y vendedor en una sola persona.
Oficina: la acera. Herramienta: la labia. Producto: soluciones rápidas
A diferencia de los profesionales formales, el buscón no tiene tarjeta de presentación, pero sí una frase ganadora. Su oficina es la acera; su escritorio, una carpeta o cuaderno doblado bajo el brazo. Es fácil reconocerlo: camisa arremangada, pantalón que ya vivió sus mejores días y, sobre todo, una seguridad verbal que intimida hasta al más experimentado.
Mientras tú llegas al sitio pensando cómo enfrentar esa fila de tres horas, él ya te está diciendo:
“Jefe, usted lo que necesita es una copia legalizada, un timbre y una firmita. Eso está resuelto.”
Y aunque muchas veces no sabes si confiar o salir corriendo, algo en su seguridad callejera te hace quedarte.
Estos personajes no son improvisados. Manejan los procedimientos como si fueran códigos secretos. Saben quién firma, quién cobra, quién se hace el loco, y a qué hora cambia el turno en recepción. En ocasiones, logran que tú, sin conocer nada del proceso, salgas con el documento en la mano y preguntándote si lo que hiciste fue legal… o un truco de magia.
Más allá del papeleo: parqueadores, lavadores y cuidadores espontáneos
Los buscones no viven solo en el mundo de los papeles. En ciudades como Santo Domingo, Santiago o San Pedro, también se manifiestan en los alrededores de plazas comerciales, oficinas privadas, estadios y centros médicos. Aquí, el enfoque no es resolver un trámite, sino resolverte el carro.
Te abordan antes de que pongas reversa:
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“Mete ese carrito ahí que yo te lo cuido.”
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“Dale, patrón, que si hay que moverlo, yo se lo muevo.”
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“¿Va a durar mucho? Yo me encargo, tranquilo.”
Y cuando regresas, encuentras que, sin pedirlo, te han lavado el parabrisas, te han sacado el polvo del tablero, o simplemente han echado un ojo al carro como si fuera suyo. Todo eso, por supuesto, a cambio de una “colaboración voluntaria”.
Aunque muchos se incomoden con la presencia de estos personajes —que a veces son insistentes o abusan de la confianza— lo cierto es que para miles de ciudadanos, su presencia representa una comodidad, incluso una protección. En zonas donde los parqueos son escasos y la inseguridad es real, tener a alguien que diga “yo se lo cuido” no es poca cosa, aunque en muchas ocasiones solo los vuelves a ver desde que enciendes el carro.
Crónica de un sistema que los parió
Los buscones no nacen del ocio, sino de la necesidad. Surgen allí donde el sistema formal se vuelve lento, ineficiente o inaccesible. Donde hay trámites complejos, confusión generalizada o simples ganas de no perder un día entero esperando, ellos ven una oportunidad.
Sí, es verdad: algunos cruzan la línea de lo legal, otros son oportunistas, y no faltan quienes engañan a los más vulnerables. Pero también hay muchos que viven del rebusque honesto, que se levantan temprano y trabajan todo el día bajo el sol para ganarse 200 o 300 pesos por cada diligencia o vehículo. Son parte del engranaje invisible que hace que las cosas funcionen… aunque sea por la izquierda.
Y lo más revelador: su existencia pone en evidencia que el verdadero problema no es el buscón, sino la estructura que lo vuelve necesario.
¿Qué hacemos con ellos?
Erradicarlos no es realista. Fingir que no existen es ingenuo. Pero reconocerlos, regularlos y, en algunos casos, integrarlos podría ser una solución con impacto. Algunos países han optado por programas de “guiadores ciudadanos” o “asistentes públicos comunitarios”, que capacitan y regulan a este tipo de figuras. Sería una forma de aprovechar su conocimiento, su experiencia y hasta su instinto de servicio, sin dejarlo todo al azar.
Mientras tanto, seguirán allí. Con su carpeta debajo del brazo, su toallita y cubeta lista o su banco de cemento, te abordarán con cortesía, astucia y una sonrisa:
“Tranquilo, mi jefe… que si usted anda buscando, yo ya lo tengo resuelto.”
📘 Diccionario del Buscón Dominicano
Frases reales, traducción libre. Para que no te agarren desprevenido.
Frase |
Traducción realista |
“¡Toy aquí, mi jefe!” |
Estoy a su entera disposición. ¿Qué necesita? |
“Déjamelo ahí que yo te lo cuido.” |
Puedes dejar el carro aquí, a cambio de un aporte económico opcional (o no tanto). |
“Eso es mío.” |
Tengo total dominio sobre ese trámite / espacio / contacto. |
“Eso se resuelve en un brinco.” |
Si me das algo, te lo agilizo de una vez. |
“Dame algo pa’ lo refresco.” |
Es momento de reconocer mi esfuerzo con dinero. |
“Yo te meto.” / “Yo te subo.” |
Puedo hacer que entres sin fila, sin cita y sin mucha explicación. |
“¿Cuántos somos?” |
¿Vienen más personas? Para saber cuánto cobrar. |
“Ese papel está fácil.” |
Yo conozco los atajos. |
“Lo que tú andas buscando, yo lo tengo.” |
Yo consigo eso, aunque ni tú sepas lo que necesitas. |
“Eso ta nítido ya.” |
El trabajo está hecho. Puedes respirar. |
Si conoces alguna mas, hazmelo saber en los comentarios.