viernes, 11 de julio de 2025

¡NO, MI AMOR, NO! : El divino arte de negarse sin culpa (ni morir en el intento)

Por Massiel Reyes Lecont 

Hay quienes nacen con el don de cantar. Otros con el don de cocinar sin quemar el arroz. Y luego están los elegidos: (inserte música solemne y voz de Roberto Angel al iniciar las narraciones de sus peliculas) esos seres celestiales que saben decir NO sin tartamudear, sin sentir culpa, y sin necesidad de comerse una fundita de 10 panes para calmar la ansiedad después. 

Sí, tú, la que se tragó una salida con esas amigas insoportables “porque ya habías dicho que SI”. Tú, la que terminó horneando 60 cupcakes para el colegio de la hija de otra, sin saber cómo, ni cuándo, ni por qué, ni con qué (no te dió ni uan $). ¿Por qué? Porque no supiste decir: “¡NO, MI AMOR, NO!”

Sí, amiga. Sí, varón. Hay quienes logran negarse a reuniones innecesarias, compromisos forzados y favores que no les corresponden... y viven para contarlo. Este artículo es un homenaje a ellos, y una guía para quienes aún sudan frío cuando les dicen:
—“Oye, ¿tú podrías...?” 

El club de los “sí” arrepentidos

¿Alguna vez has dicho que sí… y luego sentiste cómo se te evaporaba la paz del alma? Como si hubieras firmado un contrato con el estrés, la incomodidad y las ganas de inventarte una excusa creíble para desaparecer. Bienvenidos y bienvenidas al club de los “sí” arrepentidos: fundado por gente que quería complacer, quedar bien, evitar conflictos o simplemente no supo cómo salir del gancho… hasta que ya era muy tarde.

  • Dijiste que sí a cubrirle el turno a la compañera que "solo iba al salón un momentico". Eran las 8:00 a. m. y todavía a las 12:15 p. m. no había regresado.

  • Aceptaste cantar en el culto del sábado sin haber ensayado porque "el Señor provee". Y sí, proveyó... ¡vergüenza ajena para todos! porque no estabas listo/a.

  • Dijiste que sí a coordinar la decoración de la boda de alguien que conoces más por Instagram que por la vida real.

  • Dijiste que “sí” al compañero para entregar un informe el lunes... ¡sabiendo que tenías una boda, dos cultos, un baby shower y cero ganas de abrir la laptop el fin de semana!

  • O peor aún, aceptaste ser “encargado/a”, en la junta de vecino, en la universidad, en el trabajo y en la iglesia, sin saber qué implicaba, y ahora tienes cuatro grupos de WhatsApp con 666 mensajes sin leer todos los días.

Todo porque decir “no” te da culpa. Porque te educaron para ser amable, servicial, buena onda. Pero, amiga, amigo, amigue: ¡ser buena persona no significa ser alfombra! Todo eso, porque decir que no te da cosa

El arte de negarse con gracia (sin quedar como ogro)

En esta sociedad que aplaude al “colaborador”, al “disponible”, al “cuenta conmigo”, decir que no es como romper una piñata en un velorio: técnicamente posible, pero socialmente incómodo.

Vamos por partes: decir NO no te hace mala persona. No te quita el Espíritu Santo. No rompe tu hoja de vida. No te excomulga del grupo de la iglesia ni hace que tus compañeros de trabajo pongan cara larga en la cafetería. Estás simplemente... ejerciendo tu humanidad. ¡Y eso, amigos míos, es de valientes!

Decir no, bien dicho, con educación y gracia, es tan sano como tomarse una infusión de jengibre: puede picar un poco, pero hace bien. Decir no, no tiene que ser brusco, ni ofensivo. Puedes aprender a negarte con gracia, como quien ofrece un chocolate pero se queda con el último para sí. 

Aquí van unos ejemplos de “NOs” con altura:

  • “Me encantaría ayudarte, pero esta vez voy a tener que decir que no.”

  • “Gracias por pensar en mí, pero no puedo asumir eso ahora mismo.”

  • “En este momento no tengo el espacio mental ni físico para hacerlo.”

  • “Voy a ser honesta/o contigo: no puedo comprometerme y cumplir bien, así que prefiero no tomarlo.”

—Y la más poderosa de todas: “No, gracias”. Punto. Sin justificación. Sin ensayo. Sin culpa.

¿Y la culpa?

¡Esa es la parte divertida! La culpa es como el Wi-Fi público: aparece en todos lados y es más fastidiosa que útil.

Te hace pensar que estás fallando, cuando en realidad estás cuidándote. Que estás abandonando, cuando en realidad estás respetando tus límites. Que no eres “buena cristiana”, "amiga", "hermana", "Vecina"... Mira, esa culpa es un invento social. Una manipulación emocional disfrazada de “ay, pero tú eres tan buena gente”. ¿Y qué si eres buena? También eres humana, tienes límites, y el que no lo entienda... que lo anote en su diario, pero no en tu agenda.

La culpa es ese polizón no invitado que te acompaña como el aguacero justo cuando sales sin sombrilla. Pero decir que no con claridad no debería venir acompañado de tormenta emocional. La culpa solo aparece cuando crees que decir no es un pecado, en lugar de verlo como lo que es: un derecho.

Cosas que pasan cuando aprendes a decir NO:

  • Tu calendario empieza a parecer tuyo de verdad.

  • Ya no sientes que necesitas tres clones para sobrevivir.

  • Puedes disfrutar de tus propios compromisos sin estrés ni resentimiento.

  • Aprendes a decir SÍ a lo que realmente deseas, no a lo que te cae encima.

  • Tus amigos, compañeros de trabajo, familia y hermanos de iglesia empiezan a entender que eres humano/a, no multifunción.

Conclusión (pero sin drama)

Decir NO es un acto de amor. Amor propio, primero que todo. Es no llegar al punto de explotar para que los demás se den cuenta de que estabas cansado/a. Es enseñar, sin ofender, que tus límites también son parte del plan de Dios para tu vida.

Aprender a decir “no” no es rechazar a los demás. Es elegirte a ti sin excusas. Es ponerle protector solar a tu energía. Es no andar por la vida como si fueras servicio al cliente 24/7.

Decir NO no es egoísmo. Es sabiduría. Es honestidad. Es saber que no eres ni salvador del mundo, ni gerente de la felicidad ajena, ni el reemplazo oficial de nadie.

Así que la próxima vez que alguien venga con cara de “solo tú puedes ayudarme” y tú sabes que no puedes… respira profundo, sonríe bonito, y suéltale con elegancia celestial:

“¡NO, MI AMOR, NO!... y que el Señor provea otro.”

Si te ha pasado… o "le pasó a una amiga", ya tú sabes: es hora de practicar el “no” con elegancia y sin remordimiento. Porque aquí entre nos… todos hemos dicho que sí con el alma gritando: “¡ay, pero yo no quería!”

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