Cuando el talento se despierta tarde, y la disciplina ya fue a trabajar.
Hay un curioso personaje que todos hemos conocido (o quizá seas tú, pero no lo digas muy alto). Es esa persona increíblemente talentosa, que lo tiene todo para brillar... pero nunca termina de prender el bombillo. Tiene chispa, pero no hay fósforo. Tiene voz, pero no llega al ensayo. Tiene ideas, pero no llega a la reunión. En resumen: un genio… que se quedó dormido en su propia genialidad.
Sí, hablamos de los talentos sin disciplina: esa fauna colorida y frustrante del mundo moderno. Personas que podrían escribir bestsellers, pero prefieren escribir excusas. Que podrían cambiar el mundo, pero se quedan cambiando de serie en Netflix. Que tienen más dones que una piñata de cumpleaños, pero no se comprometen ni con el despertador.
La maldición del “yo pudiera si quisiera”
Estos personajes viven en un universo paralelo donde todo lo que podrían haber hecho es mejor que lo que tú hiciste con esfuerzo. “Si yo me pongo, lo logro”, dicen con una seguridad envidiable, mientras tú te rompes la espalda en tu proyecto de tesis. “Lo que pasa es que no me gusta forzar, eso llega solo”, sueltan con una tranquilidad budista, ignorando que incluso Buda madrugaba.
Y ojo: no es que no tengan capacidad. ¡La tienen! Pero les falta algo que no venden en Amazon: constancia. Porque la disciplina no es sexy, no es viral, no da likes… pero es la que te lleva del “casi lo logré” al “lo logré, punto”.
Excusólogos con PhD
Estos talentos indisciplinados tienen un doctorado en justificaciones. Son expertos en explicar por qué no han hecho nada, pero con tanta gracia que uno casi les cree. Frases como:
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“No me presiono porque lo creativo no se fuerza.”
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“Tengo que esperar que las energías estén alineadas.”
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“Hoy no fluí, pero mañana arranco.”
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“Yo soy más de trabajar bajo presión… extrema… de último minuto… o nunca.”
Y mientras tanto, el tiempo pasa, los proyectos caducan, los talentos se oxidan y el mundo sigue girando sin ellos.
La pobreza más cara
Y aquí viene lo duro: detrás de ese desorden disfrazado de “libertad creativa” suele esconderse lo que algunos llaman pobreza mental. No me refiero a falta de inteligencia, sino a esa actitud limitada que se conforma con poco, que prefiere la comodidad del intento eterno a la incomodidad del logro verdadero. Esa mediocridad con cara de “yo valgo mucho, pero no quiero demostrarlo ahora mismo”.
Porque seamos honestos: no hay nada más caro que un talento sin disciplina. Es como tener una Ferrari y no echarle gasolina. Es tener un cohete en el patio, pero no tener ganas de aprender a pilotarlo.
¿Y si…?
¿Y si todos esos cerebros brillantes se levantaran temprano, se organizaran, se comprometieran con sus sueños como se comprometen con sus excusas? ¿Y si dejaran de ser potencial para convertirse en acción? ¿Y si la inspiración los encontrara… trabajando?
Mientras tanto, los que no somos genios, pero sí tenemos algo de disciplina, seguimos aquí: avanzando lento, pero avanzando. Porque al final, el mundo no lo cambian los más brillantes, sino los que se atreven a empezar… y terminar.
Y si este artículo te hizo pensar en alguien… no fue mi culpa. Pero si te hizo pensar en ti, bueno… quizás todavía estés a tiempo de ponerle gasolina a ese Ferrari mental que tienes parqueado hace años.
¿Arrancamos?
“La disciplina, tarde o temprano, vencerá a la inteligencia.”
— Yokoi Kenji
Excelente artículo! Siempre le he dicho a mi esposo, yo lo que tengo es disciplina y la gente lo confunde con inteligencia 🤣🤣🤣
ResponderEliminar¡Exactamente! jajajajaj La disciplina hace más milagros que la inspiración, pero como no se ve ni se presume, muchos la confunden con “algo raro” o con “superpoder”.
EliminarLo que pasa es que a veces ser constante, reservado y enfocado parece extraño… en un mundo donde todo se sobreexpone y poco se sostiene.
¡Gracias por leer y por dejar esa joya de comentario!