Escrito por: Massiel Reyes Leconte
Mire, si algo tiene el caribeño, es esa habilidad innata de resolver con estilo. Y no lo digo por lo que me contaron, ¡yo misma lo vi! Estaba ahí, tranquilita, cuando mi amigo Jacinto —sí, ese mismo que siempre jura que no sabe decir ni “jelou”—, sin proponérselo, se transformó en un profesor de inglés nivel Harvard… o mejor dicho, nivel Caribe. Porque si hay un lugar donde el ingenio y la creatividad se mezclan con el sudor y la sonrisa, es aquí, donde la brisa huele a coco y el sol no da tregua.
¡Y ahí fue donde empezó la magia!
No se crean que fue un par de frases sueltas. ¡Qué va! Aquello fue una conversación en toda regla. Hablaron de TODO: De por qué ella estaba en el Caribe, cuándo se iba, dónde vivía, del tapón de la 27 de Febrero, de cómo doblar a la izquierda (o como él dijo: “yu go lef!”), de los haitianos, de la migración… ¡y hasta de por qué estaba soltera! Mmmmmmm… el por qué estaba soltera. ¡Ay, Jacinto! ¡Y todo eso en inglés!
Pero lo mejor no fue que hablara… ¡no, señor! Lo increíble fue que la polaca, como si hubiera pasado media vida en Boca Chica, entendía cada palabra, sonreía y hasta le elogiaba el “buen acento” a Jacinto. Yo, mientras tanto, no sabía si reírme o inscribirme de inmediato en el curso express que parecía estar dando ahí mismo, gratis y en vivo.
La polaca se veia más feliz que un niño en una heladería, y al final, yo solo pude mirarlo y decirle: —¿Pero tú no eras el que no sabía inglés? Y él, con esa cara de tigre que se la busca como un león, me soltó: —Yo no sé inglés… pero el inglés sí sabe de mí.
Ahí entendí algo: en el Caribe, cuando la necesidad aprieta, el cerebro conecta con ese diccionario invisible que todos llevamos dentro. Aquí la gramática puede irse de vacaciones, porque lo que realmente cuenta es el ingenio.
Porque en esta tierra de merengue, café y gente que se busca la vida como leones, si algo nos sobra es picardía y la determinación de resolver, aunque sea con un par de señas y una sonrisa capaz de derribar cualquier barrera. Y si no me cree, algún día les presentaré a Jacinto para que se lo cuente él mismo… o mejor, a la polaca, si es que algún día la vuelvo a ver. Que seguro todavía anda diciendo: “Best conversation of my life!”.
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