Hay quienes cambian de carro, de ropa y de vocabulario… pero también de amigos, de humildad y hasta de memoria. ¿El ascenso trae amnesia o es parte del paquete ejecutivo?
¿Le ha pasado? Si no, prepárese. Y si sí… siga leyendo, que tal vez hasta le dé risa.
Antes del ascenso: todo era amor, risas y huevo frito
Había uno que se reía con nosotros en los colmados. Pedía “media libra de queso y dos panes” como quien hace una inversión seria. Celebraba cumpleaños con bizcocho esponjoso, velitas recicladas y su clásico brindis con Country Club rojo. Era humilde, decían. “Ese es de los buenos.”
Pero llegó el ascenso. Y con él, vino la metamorfosis. De repente, ya no había tiempo. El que antes se tragaba el locrio en plato hondo, ahora come “salmón orgánico con puré de papa trufada” servido en porcelana que da pena ensuciar.
Y no es que esté mal progresar, ¡por Dios, bendito sea el que mejora! Lo feo es que el progreso venga con amnesia selectiva.
Cambio de estatus, cambio de amigos
Una vez con título y puesto, las prioridades cambian. Las juntas también. Ahora se habla en términos de “networking”, “brunch” y “brindis privado”. El “mi hermano” del barrio se convierte en “ese conocido”, y la gente con la que compartía el sudor del sol ahora es “muy básica”.
Incluso el saludo cambia. Ya no es abrazo con palmada en la espalda; es inclinación de cabeza y sonrisa profesional, como si cada gesto tuviera valor de mercado.
Y lo más curioso es que, cuando se topan contigo, no te reconocen. O se hacen. Como si la memoria también subiera de rango y olvidara el sabor del arroz con huevo o como si uno no supiera cómo lucen sin filtro, despeinados, en chancletas y pidiendo fiao' en el colmado.
El problema no es el salmón… es olvidar con quién comiste cuando no lo había
No hay pecado en subir de nivel. El problema es creerse un nuevo ser humano porque uno puede pagar extra por un pedazo de aguacate. El problema es pensar que la dignidad cuesta lo que ahora se puede comprar.
Hay quienes no solo cambian el menú, sino también el alma.
Porque una cosa es crecer, mejorar, ampliar horizontes. Otra muy distinta es cortar raíces, renegar del origen, mirar por encima del hombro al que te vio en chancletas y te prestó para el metro cuando no tenías ni para la gasolina.
Y si el salmón se acaba, ¿a quién vas a llamar?
El mundo da vueltas. A veces rápido. Y cuando el contrato termina, el título se enfría o la empresa decide “reestructurar”, ¿quién queda?
Porque el mundo es redondo y da vueltas. Y a veces el mismo ascensor que te sube… te baja con la misma velocidad.
¿Y entonces? ¿Quién te va a responder el mensaje cuando ya no estés en la cima? ¿Quién va a ayudarte a levantar si tú te olvidaste de todos los que un día te sostuvieron?
Spoiler: el nuevo círculo no da pa' eso. Dan like, sí. Pero ayuda… mmm, solo si hay cámaras.
Reflexión final: No te olvides del arroz, que el salmón es prestao’
El progreso es bonito, necesario, deseado. Pero el cambio no tiene que venir con arrogancia. Crece, sube, progresa. Pero mantén el corazón donde empezó el viaje.
Si la nueva versión de ti no reconoce a la vieja, entonces no era evolución… era actuación.
Así que, querido lector ascendente: sube, crece, come fino, échate tu perfume caro.
Pero no olvides a los que te acompañaron cuando ni sabías pronunciar “risotto”.
Porque al final, el éxito no se mide por cuánta gente te aplaude arriba,
sino por cuánta te saluda abajo… y todavía lo hace con cariño.

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