martes, 8 de julio de 2025

CUIDADO CON EL HOMBRO DONDE LLORAS: podría tener micrófono

Cuando la empatía se disfraza de curiosidad, tus secretos se convierten en el mejor material para la próxima reunión social.

Por: Massiel Reyes-Lecont

Hay un tipo de personaje social que se disfraza de alma buena, se acerca cuando te ve frágil, escucha tus penas con mirada comprensiva… y luego convierte tu dolor en contenido premium para el chisme. 

Dicen que no hay nada más reconfortante que alguien que te escuche con atención, te mire con ojos llorosos y te diga: “Wow, no me imagino lo duro que debe ser eso que estás viviendo”. Pero lo que nadie te dice es que esa misma persona, media hora después, está contando tu historia –con edición, efectos especiales y banda sonora– al grupo de WhatsApp “Amigas 2012 ✨” con el título: “Lo que me acabo de enterar, Dios mío”.

Así nace y se mueve la figura de la empática oscura: esa criatura social que parece sacada de una mezcla entre una novela de autoayuda y un episodio de Game of Thrones.

¿Quiénes son estas personas?

Aunque parezca un término sacado de una saga de ciencia ficción o de algún libro de autoayuda apocalíptica, la “empatía oscura” existe. No es un diagnóstico clínico, pero sí un patrón de comportamiento social bastante reconocible: personas que aparentan conectarse con tus emociones, pero lo hacen para beneficio propio, no para ayudarte.

No son fáciles de detectar, porque se disfrazan de comprensión. Son las reinas (y reyes, no vamos a excluirlos) del “cuenta conmigo”. Te ven vulnerable, y en vez de ofrecerte una manta emocional, te tiran un anzuelo afectivo: se acercan con frases como “Tú sabes que yo te entiendo más que nadie”, pero no para ayudarte, sino para archivar tu tristeza en su banco de datos personales y luego usarlo como munición en un momento de conveniencia o venganza social pasivo-agresiva.

Estas personas no son necesariamente malvadas al estilo de las películas de Disney. No tienen un cuervo ni una manzana envenenada. Lo que tienen es algo peor: una mezcla de curiosidad disfrazada de compasión, y una lengua afilada con GPS emocional.

El modus operandi

Estas personas no gritan sus intenciones. Todo lo contrario: 
  1. Te buscan cuando estás bajito/a. No porque quieran levantarte, sino porque las grietas emocionales facilitan el acceso a la información sensible.

  2. Te sueltan un par de frases de Pinterest. “Todo pasa por algo, amiga”, “Dios le da sus peores batallas a sus mejores guerreros”… pero no te soluciona nada.

  3. Te exprimen con preguntas suaves pero dirigidas. Tipo: “¿Y él te hace eso desde hace cuánto? ¿Pero tú te dejaste tratar así?”

  4. Guardan silencio... pero no por respeto. Sino porque están calculando cómo sacarle jugo a lo que dijiste para una futura conversación (que tú no oirás, pero que muchos sí disfrutarán).

¿Y cómo se detectan?

  • Si su “empatía” solo aparece cuando hay drama.

  • Si no sabes nada de su vida, pero ella ya tiene el mapa emocional de la tuya.

  • Si la gente te dice: “Mira que fulana me contó que tú estabas mal”, pero tú solo se lo habías dicho a ella.

  • Si después de hablar con esa persona, te sientes más vulnerable que liberado.

¿Por qué debemos hablar de esto con alegría pero con seriedad?

Porque no todo el que te ofrece el hombro lo hace para consolarte. Algunos te lo prestan para que llores… y luego te facturan en forma de chisme. Y aunque parezca gracioso (porque a veces, realmente lo es), también es una forma de manipulación emocional que puede hacerte más hermético, menos confiado y más inseguro de con quién compartir tus emociones.

¿Qué hacer?

No se trata de volvernos paranoicos, pero sí más conscientes de con quién compartimos nuestras heridas. La empatía verdadera no busca protagonismo, ni exposición, ni “material”. Escucha sin juicio, acompaña sin invadir, respeta el silencio si así lo necesitas.
  1. Observa más de lo que cuentas.

  2. Prueba la empatía de la otra persona con pequeños detalles, no con tu vida completa.

  3. No te dejes seducir por las frases bonitas sin acciones coherentes.

  4. Y sobre todo: que no te dé vergüenza poner límites. Porque el que se ofende cuando marcas límites… probablemente se beneficiaba de tu falta de ellos.

En resumen: cuidado con las ovejas que lloran contigo pero te graban el lamento para compartirlo en el rebaño. La empatía real consuela sin divulgar, acompaña sin entrometerse, y está cuando se necesita, no cuando el drama está sabroso.

Ahora bien, si mientras leías esto alguien vino a tu mente... solo te diré: yo no dije nombres, tú sabrás por qué pensaste en esa persona

lunes, 7 de julio de 2025

CUANDO EL ÉXITO VIENE CON EFECTOS SECUNDARIOS

Hay quienes cambian de carro, de ropa y de vocabulario… pero también de amigos, de humildad y hasta de memoria. ¿El ascenso trae amnesia o es parte del paquete ejecutivo?

Por: Massiel Reyes-Lecont 

Hay quienes suben tan rápido que se les olvida mirar hacia abajo. Cambian de trabajo, de carro, de pareja… y también de gente. Hay amistades que se cultivan entre cucharadas de arroz con huevo, con la grasa todavía chispeando y el “kétchup” haciendo de salsa gourmet. Pero basta que alguien firme un contrato, le suban el sueldo o le añadan una sigla al apellido —CEO, Dr., Lic., Ing.— para que, de pronto, el grupo de WhatsApp quede en visto, el saludo en la calle se vuelva un “¿y tú eras…?” y el arroz con huevo pase al olvido culinario.

¿Le ha pasado? Si no, prepárese. Y si sí… siga leyendo, que tal vez hasta le dé risa.

Antes del ascenso: todo era amor, risas y huevo frito

Había uno que se reía con nosotros en los colmados. Pedía “media libra de queso y dos panes” como quien hace una inversión seria. Celebraba cumpleaños con bizcocho esponjoso, velitas recicladas y su clásico brindis con Country Club rojo. Era humilde, decían. “Ese es de los buenos.”

Pero llegó el ascenso. Y con él, vino la metamorfosis. De repente, ya no había tiempo. El que antes se tragaba el locrio en plato hondo, ahora come “salmón orgánico con puré de papa trufada” servido en porcelana que da pena ensuciar.

Y no es que esté mal progresar, ¡por Dios, bendito sea el que mejora! Lo feo es que el progreso venga con amnesia selectiva.

Cambio de estatus, cambio de amigos

Una vez con título y puesto, las prioridades cambian. Las juntas también. Ahora se habla en términos de “networking”, “brunch” y “brindis privado”. El “mi hermano” del barrio se convierte en “ese conocido”, y la gente con la que compartía el sudor del sol ahora es “muy básica”.

Incluso el saludo cambia. Ya no es abrazo con palmada en la espalda; es inclinación de cabeza y sonrisa profesional, como si cada gesto tuviera valor de mercado.

Y lo más curioso es que, cuando se topan contigo, no te reconocen. O se hacen. Como si la memoria también subiera de rango y olvidara el sabor del arroz con huevo o como si uno no supiera cómo lucen sin filtro, despeinados, en chancletas y pidiendo fiao' en el colmado.

El problema no es el salmón… es olvidar con quién comiste cuando no lo había

No hay pecado en subir de nivel. El problema es creerse un nuevo ser humano porque uno puede pagar extra por un pedazo de aguacate. El problema es pensar que la dignidad cuesta lo que ahora se puede comprar.

Hay quienes no solo cambian el menú, sino también el alma.

Porque una cosa es crecer, mejorar, ampliar horizontes. Otra muy distinta es cortar raíces, renegar del origen, mirar por encima del hombro al que te vio en chancletas y te prestó para el metro  cuando no tenías ni para la gasolina.

Y si el salmón se acaba, ¿a quién vas a llamar?

El mundo da vueltas. A veces rápido. Y cuando el contrato termina, el título se enfría o la empresa decide “reestructurar”, ¿quién queda?

Porque el mundo es redondo y da vueltas. Y a veces el mismo ascensor que te sube… te baja con la misma velocidad.

¿Y entonces? ¿Quién te va a responder el mensaje cuando ya no estés en la cima? ¿Quién va a ayudarte a levantar si tú te olvidaste de todos los que un día te sostuvieron?

Spoiler: el nuevo círculo no da pa' eso. Dan like, sí. Pero ayuda… mmm, solo si hay cámaras.

Reflexión final: No te olvides del arroz, que el salmón es prestao’

El progreso es bonito, necesario, deseado. Pero el cambio no tiene que venir con arrogancia. Crece, sube, progresa. Pero mantén el corazón donde empezó el viaje.

Si la nueva versión de ti no reconoce a la vieja, entonces no era evolución… era actuación.

Así que, querido lector ascendente: sube, crece, come fino, échate tu perfume caro.
Pero no olvides a los que te acompañaron cuando ni sabías pronunciar “risotto”.

Porque al final, el éxito no se mide por cuánta gente te aplaude arriba,

sino por cuánta te saluda abajo… y todavía lo hace con cariño.




domingo, 6 de julio de 2025

"¡TOY AQUÍ, MI JEFE!" - El Arte dominicano de buscarse el peso, A LO BUSCÓN

Por Massiel Reyes Leconte

¡Saludos, mi papá! Cuente todo, mi patrón. Mi jefe, toy aquí.” 

Esa frase, dicha con picardía y convicción, es la puerta de entrada a un universo informal pero perfectamente funcional. Un ecosistema donde las reglas se negocian, el tiempo se acorta y las soluciones aparecen a cambio de un “refresco”.

Estamos hablando de los llamados buscones, esos personajes cotidianos —y a veces necesarios— que pululan alrededor de oficinas públicas, notarías, juntas, bancos y cualquier otro espacio donde haya trámites lentos, filas interminables o ciudadanos confundidos. Pero no se limitan al papeleo. También te parquean el carro, te lo lavan, te lo cuidan, te lo mueven y, si te dejas convencer, hasta te lo decoran con su toque personal.

Son emprendedores de acera, gestores por cuenta propia, solucionadores sin uniforme, y lo hacen con un lenguaje que no solo es directo, sino que también establece —con precisión milimétrica— el trato que merece cada cliente.

De “mi patrón” a “mi rey”: la jerarquía oculta del lenguaje buscón

Detrás del saludo alegre del buscón hay mucho más que cortesía callejera. Cada expresión que utiliza —“mi patrón”, “mi jefe”, “mi papá”, “mi rey”— no es al azar, sino una etiqueta calculada que reconoce, adula y clasifica.

  • “Mi patrón”: para el que aparenta autoridad, tal vez llega con chacabana, gafas oscuras o simplemente proyecta que es de los que resuelven. Hay respeto aquí, pero también expectativa: este “patrón” seguramente suelta bien.

  • “Mi jefe”: más informal, más directo, más del día a día. Es la categoría estándar del cliente confiable. No hay demasiada ceremonia, pero sí buena vibra.

  • “Mi papá”: aquí entra la confianza total. Tal vez ya se han visto, ya ha habido propina, ya hay un guiño de familiaridad. “Mi papá” es quien siempre responde.

  • “Mi rey”: la joya. Es halago y estrategia a la vez. Usado con el cliente que llega seguro, fresco, con celular nuevo o perfume caro. El buscón lo trata como realeza, esperando una compensación a la altura del título.

Estas fórmulas, cargadas de jerarquía simbólica, construyen una pequeña estructura social en la calle. Y en esa estructura, el buscón es psicólogo, lector de lenguaje corporal y vendedor en una sola persona.

Oficina: la acera. Herramienta: la labia. Producto: soluciones rápidas

A diferencia de los profesionales formales, el buscón no tiene tarjeta de presentación, pero sí una frase ganadora. Su oficina es la acera; su escritorio, una carpeta o cuaderno doblado bajo el brazo. Es fácil reconocerlo: camisa arremangada, pantalón que ya vivió sus mejores días y, sobre todo, una seguridad verbal que intimida hasta al más experimentado.

Mientras tú llegas al sitio pensando cómo enfrentar esa fila de tres horas, él ya te está diciendo: 
Jefe, usted lo que necesita es una copia legalizada, un timbre y una firmita. Eso está resuelto.
Y aunque muchas veces no sabes si confiar o salir corriendo, algo en su seguridad callejera te hace quedarte.

Estos personajes no son improvisados. Manejan los procedimientos como si fueran códigos secretos. Saben quién firma, quién cobra, quién se hace el loco, y a qué hora cambia el turno en recepción. En ocasiones, logran que tú, sin conocer nada del proceso, salgas con el documento en la mano y preguntándote si lo que hiciste fue legal… o un truco de magia.

Más allá del papeleo: parqueadores, lavadores y cuidadores espontáneos

Los buscones no viven solo en el mundo de los papeles. En ciudades como Santo Domingo, Santiago o San Pedro, también se manifiestan en los alrededores de plazas comerciales, oficinas privadas, estadios y centros médicos. Aquí, el enfoque no es resolver un trámite, sino resolverte el carro.

Te abordan antes de que pongas reversa:

  • “Mete ese carrito ahí que yo te lo cuido.”

  • “Dale, patrón, que si hay que moverlo, yo se lo muevo.”

  • “¿Va a durar mucho? Yo me encargo, tranquilo.”

Y cuando regresas, encuentras que, sin pedirlo, te han lavado el parabrisas, te han sacado el polvo del tablero, o simplemente han echado un ojo al carro como si fuera suyo. Todo eso, por supuesto, a cambio de una “colaboración voluntaria”.

Aunque muchos se incomoden con la presencia de estos personajes —que a veces son insistentes o abusan de la confianza— lo cierto es que para miles de ciudadanos, su presencia representa una comodidad, incluso una protección. En zonas donde los parqueos son escasos y la inseguridad es real, tener a alguien que diga “yo se lo cuido” no es poca cosa, aunque en muchas ocasiones solo los vuelves a ver desde que enciendes el carro.

Crónica de un sistema que los parió

Los buscones no nacen del ocio, sino de la necesidad. Surgen allí donde el sistema formal se vuelve lento, ineficiente o inaccesible. Donde hay trámites complejos, confusión generalizada o simples ganas de no perder un día entero esperando, ellos ven una oportunidad.

Sí, es verdad: algunos cruzan la línea de lo legal, otros son oportunistas, y no faltan quienes engañan a los más vulnerables. Pero también hay muchos que viven del rebusque honesto, que se levantan temprano y trabajan todo el día bajo el sol para ganarse 200 o 300 pesos por cada diligencia o vehículo. Son parte del engranaje invisible que hace que las cosas funcionen… aunque sea por la izquierda.

Y lo más revelador: su existencia pone en evidencia que el verdadero problema no es el buscón, sino la estructura que lo vuelve necesario.

¿Qué hacemos con ellos?

Erradicarlos no es realista. Fingir que no existen es ingenuo. Pero reconocerlos, regularlos y, en algunos casos, integrarlos podría ser una solución con impacto. Algunos países han optado por programas de “guiadores ciudadanos” o “asistentes públicos comunitarios”, que capacitan y regulan a este tipo de figuras. Sería una forma de aprovechar su conocimiento, su experiencia y hasta su instinto de servicio, sin dejarlo todo al azar.

Mientras tanto, seguirán allí. Con su carpeta debajo del brazo, su toallita y cubeta lista o su banco de cemento, te abordarán con cortesía, astucia y una sonrisa:

“Tranquilo, mi jefe… que si usted anda buscando, yo ya lo tengo resuelto.”

📘 Diccionario del Buscón Dominicano

Frases reales, traducción libre. Para que no te agarren desprevenido.

Frase Traducción realista
“¡Toy aquí, mi jefe!” Estoy a su entera disposición. ¿Qué necesita?
“Déjamelo ahí que yo te lo cuido.” Puedes dejar el carro aquí, a cambio de un aporte económico opcional (o no tanto).
“Eso es mío.” Tengo total dominio sobre ese trámite / espacio / contacto.
“Eso se resuelve en un brinco.” Si me das algo, te lo agilizo de una vez.
“Dame algo pa’ lo refresco.” Es momento de reconocer mi esfuerzo con dinero.
“Yo te meto.” / “Yo te subo.” Puedo hacer que entres sin fila, sin cita y sin mucha explicación.
“¿Cuántos somos?” ¿Vienen más personas? Para saber cuánto cobrar.
“Ese papel está fácil.” Yo conozco los atajos.
“Lo que tú andas buscando, yo lo tengo.” Yo consigo eso, aunque ni tú sepas lo que necesitas.
“Eso ta nítido ya.” El trabajo está hecho. Puedes respirar.


Si conoces alguna mas, hazmelo saber en los comentarios. 

viernes, 4 de julio de 2025

LA ERA DE LA IA: ¿fin de los trabajos o reinvención humana?

Cuando los bots calculan calorías y repeticiones, el corazón humano es insustituible.

Por: Massiel Reyes-Lecont 

Y ahora… ¿qué hacemos?

Así como quien se levanta un día y descubre que el café se hace solo, los humanos estamos despertando lentamente a una nueva realidad: la inteligencia artificial no solo llegó para quedarse… ¡llegó para hacer de todo! Sí, TODO. Y sin pedir vacaciones.

Hasta hace poco, si querías bajar esos kilitos de más, llamabas a tu nutricionista. Si te sentías bajito de nota, ibas al psicólogo. ¿Pensabas en contar tu historia, aunque solo fuera el drama de la fila del banco? Llamabas a un periodista. ¿Y si necesitabas músculos y motivación? Ahí estaba el entrenador personal, sudando contigo.
Pero ahora… la IA te da la dieta, te escucha llorar (gratis y sin juicio), te escribe tu autobiografía e historia mejor que tú, y te arma una rutina de ejercicio sin necesidad de gritarte “¡dale, campeón!” desde el otro lado del gym.

¡Ay, mi madre!

El coach digital te ve… y te entiende

La IA ya sabe si estás triste, si no comiste brócoli o si estuviste stalkeando a tu ex. Con solo unas líneas, te lanza frases motivacionales, meditaciones guiadas y hasta playlists para superar rupturas (y sí, son mejores que las tuyas). ¡Y todo sin despeinarse!

¿Y el entrenador personal? Bueno… ahora la IA te manda una rutina por WhatsApp, te cuenta las repeticiones, te corrige la postura con visión artificial y, de paso, te da tips de respiración. Lo único que no hace es recoger tus mancuernas, pero no te sorprendas si en un año también lo logra.

¿Y los profesionales humanos?

Tranquilos, no todo está perdido. Porque por más brillante que sea la IA, aún no sabe lo que es el sazón de una abuela, el regaño con cariño de un terapeuta dominicano o el sarcasmo sutil de un periodista dominicano frustrado porque su columna ahora la escribe un bot.

Además, aunque la IA te puede decir “tus emociones importan”, no puede darte ese abrazo que a veces necesitamos más que una solución. No te puede mirar a los ojos. Ni compartir un cafecito con Intercambio no verificado de información social (chisme).

¿Entonces… qué hacemos?

Primero, respira. Segundo, reinventarse no es rendirse. La IA vino a ayudarnos, no a borrarnos. Los profesionales del futuro no serán reemplazados por máquinas, sino por personas que sepan usar las máquinas mejor que nadie.

Si eres nutricionista, quizá ahora puedes enfocarte más en el acompañamiento emocional de tus pacientes, y dejarle los cálculos de calorías al bot. 

Si eres psicólogo, usa la IA para hacer seguimiento más personalizado.

¿Periodista? La IA no tiene calle, ni vive la historia: tú sí. Esa intuición humana, ese sexto sentido para detectar lo que realmente importa, es tu superpoder — y ningún algoritmo podrá reemplazarlo.

¿Entrenador? La IA no suda. Punto.

Conclusión: Ni te frikes, ni te duermas

No hay que temerle a la inteligencia artificial, que no es más que ese asistente invisible que te hace la vida un poquito más fácil (y sin pedir café). sino aprender a convivir con ella. Porque mientras la tecnología avanza, lo que nos hace humanos —la creatividad, la empatía, el calor de una palabra amiga— seguirá siendo insustituible.

En este nuevo escenario, la clave no está en competir con las máquinas, sino en ser mejores que ellas siendo auténticos, humanos y siempre un paso adelante.

Así que, en vez de gritar “¡me quitaron el trabajo!”, grita:
¡Tengo un asistente gratis y no lo estaba usando!

Y úsalo para potenciar tu genialidad, no para reemplazarla.

miércoles, 2 de julio de 2025

VISA, SELFIE Y... ¿tu usuario de Instagram también?

De lo que pongas (o no pongas) en el formulario... depende tu selfie en Times Square.

Por: Massiel Reyes-Lecont 

¡Atención, dominicanos y dominicanas con sueños de selfie frente a la Estatua de la Libertad! Si estás preparando tu carpeta para solicitar visa estadounidense, además de la foto 2x2 y el formulario lleno con esmero, hay algo que no puedes dejar fuera: tus redes sociales. Sí, así como lo lees. Ahora, más que nunca, tu cuenta de Instagram podría ser más decisiva que tus fondos en el banco.

Desde hace un tiempo —y no, no es teoría conspirativa— los Estados Unidos exigen que declares todas las cuentas de redes sociales que has utilizado en los últimos cinco años. Facebook, Twitter (o X, para los modernos), Instagram, TikTok, LinkedIn, hasta Pinterest si aún lo usas. Si no las pones, no es que el cónsul se va a ofender personalmente… pero puede negarte la visa. Y no por maldad, sino por omisión de información relevante.

¿Y por qué el interés con mis redes?

Porque en estos tiempos modernos, el que tú eres en las redes dice más que tu carta de trabajo. Así que si tienes un perfil lleno de “viajes sin visa”, frases misteriosas como “el que sabe, sabe” o fotos agarrando cuartos sin explicación lógica, ¡ojo! Que eso puede ponerte la cosa difícil en la cita.

Y no es que te van a leer los mensajes con tu ex o las indirectas que subiste en Año Nuevo, no. Solo lo que tú mismo tienes público en tu perfil, para que lo vea cualquiera… incluyendo el cónsul. Si tú subiste una historia diciendo que “el sistema no sirve” y al otro día estás pidiendo visa… hermano, ¡piénselo! Y ojo, que no se trata de invadir tu privacidad

Pa’ que no te quemen en el consulado

  • Declara todas tus redes sociales. No inventes con que no tienes, porque el cónsul tiene más herramientas que un mecánico de Villa Juana.

  • Revísate antes de someterte. Búscate en Google, chequea lo que se ve de ti en Instagram, limpia el perfil si tienes que hacerlo.

  • No te hagas el loco. Si tienes una cuenta con otro nombre tipo “ElVerdaderoSofokeDela42” y no la declaras, eso puede verse como ocultamiento de información. Y los gringos no juegan con eso.

  • No abras una cuenta nueva solo para eso. Te vas a ver más sospechoso que el que llega tarde a su casa oliendo a perfume ajeno.

De un dominicano pa’ otro: agarra este dato:

Antes de pensar en los outfits que te vas a llevar a Times Square, asegúrate de que tu perfil no diga más de lo que debe. Porque ahora, más que nunca, “dime qué posteas y te diré si te dan la visa”.

Así que si estás por llenar ese formulario DS-160, no olvides incluir tu @, revisar tus publicaciones, y sobre todo, no meterle embuste al cónsul, que allá no se pelan una.

Y ya tú sabes: si en tu bio dice “Libre, pero sin visa”... tal vez haya que cambiar eso primero. Al fin y al cabo, hoy en día tu muro de Facebook podría hablar mejor inglés que tú, y eso podría abrirte (o cerrarte) las puertas de EE. UU.


martes, 1 de julio de 2025

“¡QUIÉN MADRUGA… se queda sin café!”

Cuando el escalonamiento de horarios se convierte en escalón hacia el caos

Por: Massiel Reyes-Lecont

Hay decisiones que parecen tomadas desde un despacho con aire acondicionado, café gourmet y sin niños que levantar a las 5:00 a. m. Una de ellas, sin duda, es el escalonamiento de horarios. Y no, no hablo del cambio de turno en una fábrica alemana de precisión, sino de esa “brillante” medida que mueve la hora de entrada de todo un sector laboral... sin preguntar si alguien tiene vida.

Porque vamos a hablar claro: quien trabaja, lo hace por necesidad, no porque sueñe con levantarse cada día de madrugada, en modo zombie, a preparar desayuno, mochilas, uniformes y lidiar con hijos que todavía están negociando con la almohada.

Para una madre de familia, que ya hace malabares entre loncheras, transporte escolar, tapones, reuniones escolares y un jefe que vive convencido de que todos tenemos niñera y chofer, un cambio abrupto de horario no es eficiencia: es un ataque directo al sistema nervioso.

La rutina antes y después del “nuevo horario”

Antes:

  • 5:30 a. m. – Suena la alarma (la ignoro).

  • 5:40 a. m. – Suena otra vez (la odio).

  • 5:50 a. m. – Me levanto, porque alguien tiene que sostener el mundo.

  • 6:01 a. m. – Café. Obligatorio.

  • 6:50 a. m. – A.C lista, yo lista, salimos como familia funcional (más o menos).

Después:

  • 4:30 a. m. – Despierto a oscuras, sin café, sin alma.

  • 5:00 a. m. – !Despiertaaaaaa! A.C cree que es una broma. No lo es.

  • 6:00 a. m. – Salida. Tapones fantasmas que solo existen cuando tienes prisa. (siempre)

  • 6:30 a. m. – Llegas al trabajo con cara de meme. Aja? y la niña no va al colegio? Bueno, no la dejaré con el colmadero.

  • 7:00 a. m. – Y te dicen: “¡Mira qué buena medida para descongestionar el tránsito!”
    ¿En serio?

El impacto real: ni madres, ni abuelos, ni niños salen ganando

Estas medidas, aunque con buena intención, terminan siendo una tortura disfrazada de planificación. Nadie pensó en la mamá soltera sin quién dejar a sus niños a esas horas, ni en quien depende del transporte público que ni despierta cuando tú ya vas por tu tercer bostezo.

Tampoco en los abuelos, (los que los tienen) que ahora deben madrugar para ayudar, ni en los niños, que pasan el día en automático, como si fueran parte de una fábrica de café... sin café.

Turno 2: El limbo del 1:00 p. m. a 7:00 p. m.

Este horario no es ni carne ni pescado: ni jornada matutina, ni vespertina completa. Es un rompecabezas imposible de armar para quien tiene hijos, citas médicas, diligencias o simplemente una rutina humana.

  • La mañana no te rinde: te levantas temprano igual, pero no puedes aprovecharla porque estás en "modo preparación".

  • La tarde se va en el trabajo y, al regresar, el mundo ya se está apagando.

  • No puedes ir al médico, al banco ni hacer trámites en horarios hábiles.

  • Y lo peor: pierdes los momentos claves en casa: tareas, comidas, cuentos antes de dormir. Te conviertes en un personaje secundario en tu propia casa.

En resumen, te roba la mañana con ansiedad y te borra la tarde con obligaciones. Es el turno que parte el día y lo deja inservible para todo lo demás que no sea trabajo.

¿Y entonces?

¿De qué sirve descongestionar el tránsito si congestionas la vida de las personas? Porque, vamos a estar claros, madres y padres no somos robots, ni tenemos superpoderes (aunque a veces lo parezca). Somos seres humanos con una agenda que ya parece un sudoku nivel experto.

Ah, y por si acaso te habías olvidado: mañana hay reunión, hay que llevar reciclaje, la camisa blanca, el disfraz de árbol, firmar la tarea y mandar 20 pesos para una actividad sorpresa (que tú no sabes cuál es, pero algo es algo).

¡Esto no es vida! ¡Esto es una gincana emocional, un maratón sin medalla, un Escape Room sin salida!

Uno termina viviendo en piloto automático, con el GPS gritando “¡recalculando!” todo el día. Pero con una sonrisa, claro, porque también hay que fingir estabilidad emocional cuando el niño pregunta por qué llegaste tarde y por qué no lo buscaste tú, y tú solo puedes responder con una lágrima y una empanada fría.

Así que, sí, gracias por pensar en el tránsito… pero no se olviden de que hay gente dentro de los carros, y que después de las 5 de la mañana, lo único que necesitamos no es solo un cambio de horario: ¡es un milagro, una niñera y una clonación urgente!

 ¿Alternativas sensatas?

  • Consultas públicas antes de aplicar medidas que impactan la vida real.

  • Flexibilidad real: horarios escalonados voluntarios, turnos rotativos negociados.

  • Opciones de trabajo híbrido para quienes tienen situaciones familiares complejas.

  • Compensación por horarios incómodos, como en países que respetan el bienestar laboral.

  • Y sobre todo, un poco de empatía con madres y padres trabajadores que ya luchan por sobrevivir a cada lunes.

Queremos trabajar, queremos cumplir, pero también queremos llegar vivas a fin de mes, emocionalmente enteras, sin ojeras permanentes ni hijos que piensen que mamá solo existe en modo apresurado. Escalonar no puede ser sinónimo de atropellar. Mejorar el tránsito no debe empeorar la vida.

Por eso, a quienes diseñan estas “eficientes” ideas, los invitamos cordialmente a vivir una semana en el horario de una madre trabajadora... y después nos cuentan si sigue siendo buena idea.


PROHIBIDO DOBLAR A LA IZQUIERDA... Y A LA LÓGICA TAMBIÉN

La travesía sin fin de un giro prohibido

Por: Massiel Reyes-Lecont 

En una ciudad donde sobrevivir al tránsito es una hazaña digna de superhéroes, ahora se suma una nueva ordenanza vial: ¡Prohibido doblar a la izquierda! Sí, estimado lector, si pensabas que tomar esa curva era cuestión de instinto, olvídalo. La nueva regla es clara: derechito, aunque tu destino esté a solo dos esquinas... a la izquierda.

La medida, que ha aparecido como hongos después de la lluvia en varias avenidas, ha desatado una ola de sentimientos encontrados entre los conductores, los motores, los deliverys, y hasta los peatones confundidos. Porque aunque las autoridades juran que esto descongestionará el tránsito, el dominicano promedio siente que ahora para llegar a la farmacia de la esquina hay que dar una vuelta olímpica... al menos tres barrios más allá.

Lo primero que se dispara es el gasto: más gasolina, más tiempo, más estrés y más excusas creativas para llegar tarde al trabajo (“Jefe, es que el GPS me llevó por una ruta que pasa por Narnia”). Y mientras tanto, el bolsillo se aprieta con las multas tipo combo: cruzar mal + detenerse donde no se puede + mirar feo al agente que aparece como un ninja.

Además, la medida ha generado un curioso fenómeno: las pequeñas calles residenciales —esas donde antes solo pasaban gatos y bolas de polvo— ahora se convertirán en las nuevas autopistas clandestinas. Callejones donde antes se podía oír el canto de los grillos, ahora retumban con cornetas, choques de espejos y gritos de: “¡Ey, e' loco que ta', tú no cabe ahí!”

Y uno se pregunta… ¿Google Maps y Waze recibieron la notificación oficial de estos cambios? Porque todavía insisten en mandarnos directo a la izquierda, como si las señales no existieran. A este paso, no nos sorprendería que un día nos digan que para ir a Villa Mella hay que entrar por San Cristóbal.

Eso sí, no todo es caos. Algunos han desarrollado habilidades extraordinarias: hay quienes ya dominan el arte de girar tres veces a la derecha para lograr un “izquierdazo” legal. Otros, más filosóficos, han encontrado en esta medida una nueva forma de practicar la paciencia, o al menos de hacer terapia de gritos dentro del carro.

Al final, como buenos dominicanos, nos adaptamos. Pero no sin antes hacer nuestra catarsis: porque una ciudad que no te deja doblar a la izquierda, te condena a perderte entre semáforos y desvíos que parecen sacados de otro cuento.


ENEMIGOS GRATIS: ¡SOLO BRILLA!

En esta tierra donde hasta el dominó se juega con pasión y la vida se comenta en la fila del colmado, hay un fenómeno curioso: los enemigos ...