(Una historia sobre prejuicios y espejos invisibles)
Ayer viví una lección inesperada.
Llegué a mi entrenamiento acostumbrado y, al poco rato, percibí un olor fuerte, penetrante, incómodo. Mi primer pensamiento fue automático, casi instintivo: “Que sicote tiene este pana.”
Lo miré de reojo, sin querer hacerlo evidente. Moví mi cuerpo un poco hacia el lado opuesto. Y hasta me pregunté cómo era posible que no se diera cuenta del olor.
Más adelante, en uno de los ejercicios, me tocó agacharme. Y ahí, con el pie justo cerca de mi rostro, lo descubrí sin posibilidad de duda: el sicote era mío.
Sí… fui yo.
Era el resultado de una jornada agitada, el calor, los zapatos cerrados, y quizá ese olvido de los pequeños detalles que, a veces, terminan dejando una gran enseñanza.
En ese instante, me reí. Pero también me confronté. Porque me di cuenta de algo: qué fácil es juzgar al otro, sin revisar primero nuestras propias causas.
Y ahí, como un susurro al alma, sentí que Dios me decía:
“¿Cuántas veces has hecho lo mismo en otras áreas de tu vida? ¿Cuántas veces has señalado a alguien sin saber, sin entender, sin revisar qué parte del malestar o del problema… era tuyo?”
¡Qué fácil es apuntar con el dedo! ¡Qué tentador es asumir lo peor del otro! ¡Qué cómodo es juzgar desde la distancia! ¡Qué rápido saltamos a conclusiones sobre los demás, basándonos solo en apariencias, intuiciones o suposiciones! Pero qué necesario es detenerse, mirarse y olerse con humildad. Porque muchas veces, eso que creemos que proviene de alguien más… está más cerca de lo que imaginamos.
Ayer, una situación tan sencilla —y tan humana— me dio una gran lección: antes de juzgar al de al lado, revisa si el olor no viene de ti. Y no hablo solo de olores físicos… Hablo de actitudes, de prejuicios, de heridas sin sanar, de amarguras que proyectamos, de críticas que revelan más de nosotros que del otro.
Me reí de mi misma, pero aprendí que el juicio apresurado nos traiciona. Que todos tenemos “olores” que preferimos no enfrentar. Y que si tan solo fuéramos más sinceros con nosotros mismos, viviríamos menos cargados… y más llenos de compasión.
💬 Sí, el sicote era mío. Y también la oportunidad de aprender. Porque al final, no se trata solo de pies, calor o zapatos… Se trata de mirar hacia adentro antes de mirar hacia afuera.
Así que gracias, sicote… por enseñarme que los prejuicios huelen peor que cualquier par de tenis mojado y rehusado, sin secar adecuadamente. (Si, ya los dejé secando mejor para esta noche).
“¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo?” — Mateo 7:3
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