La travesía sin fin de un giro prohibido
Por: Massiel Reyes-Lecont
En una ciudad donde sobrevivir al tránsito es una hazaña digna de superhéroes, ahora se suma una nueva ordenanza vial: ¡Prohibido doblar a la izquierda! Sí, estimado lector, si pensabas que tomar esa curva era cuestión de instinto, olvídalo. La nueva regla es clara: derechito, aunque tu destino esté a solo dos esquinas... a la izquierda.
La medida, que ha aparecido como hongos después de la lluvia en varias avenidas, ha desatado una ola de sentimientos encontrados entre los conductores, los motores, los deliverys, y hasta los peatones confundidos. Porque aunque las autoridades juran que esto descongestionará el tránsito, el dominicano promedio siente que ahora para llegar a la farmacia de la esquina hay que dar una vuelta olímpica... al menos tres barrios más allá.
Lo primero que se dispara es el gasto: más gasolina, más tiempo, más estrés y más excusas creativas para llegar tarde al trabajo (“Jefe, es que el GPS me llevó por una ruta que pasa por Narnia”). Y mientras tanto, el bolsillo se aprieta con las multas tipo combo: cruzar mal + detenerse donde no se puede + mirar feo al agente que aparece como un ninja.
Además, la medida ha generado un curioso fenómeno: las pequeñas calles residenciales —esas donde antes solo pasaban gatos y bolas de polvo— ahora se convertirán en las nuevas autopistas clandestinas. Callejones donde antes se podía oír el canto de los grillos, ahora retumban con cornetas, choques de espejos y gritos de: “¡Ey, e' loco que ta', tú no cabe ahí!”
Y uno se pregunta… ¿Google Maps y Waze recibieron la notificación oficial de estos cambios? Porque todavía insisten en mandarnos directo a la izquierda, como si las señales no existieran. A este paso, no nos sorprendería que un día nos digan que para ir a Villa Mella hay que entrar por San Cristóbal.
Eso sí, no todo es caos. Algunos han desarrollado habilidades extraordinarias: hay quienes ya dominan el arte de girar tres veces a la derecha para lograr un “izquierdazo” legal. Otros, más filosóficos, han encontrado en esta medida una nueva forma de practicar la paciencia, o al menos de hacer terapia de gritos dentro del carro.
Al final, como buenos dominicanos, nos adaptamos. Pero no sin antes hacer nuestra catarsis: porque una ciudad que no te deja doblar a la izquierda, te condena a perderte entre semáforos y desvíos que parecen sacados de otro cuento.
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