Por: Massiel Reyes-Lecont
En la vida, querido lector, hay dos especies muy particulares: las personas tóxicas y las personas vitaminas. Sí, así mismo como lo oye. Unos te suben la presión y otros te suben la vida.
Los tóxicos son como ese zumbador de mosquitos en el oído cuando estás durmiendo: no te dejan en paz. Son los que siempre tienen un “pero” para todo, los que cuando tú dices “me compré un carrito”, te sueltan: “¿y con qué dinero? Seguro está encharcao hasta que Duarte sea presidente”. ¡Dios mío, suelten banda! Todo lo ven negro y hasta la alegría más grande se les hace un drama. Los tóxicos son como esa nube que se atraviesa justo cuando ibas a tomar la mejor foto del atardecer: llegan, se plantan y arruinan la vista.
En cambio, las personas vitaminas son otra cosa: esos son los que te empujan pa’ lante, los que te aplauden hasta cuando fríes un huevo sin romper la yema. Te dicen: “¡Dale, tú puedes!” y hasta te hacen sentir que ganaste una medalla olímpica porque lograste levantarte temprano un lunes.
En el trabajo, los tóxicos son como ese cafecito que uno pide y llega frío: nada te alegra el día. Esa coca cola que llega caliente cuando hace calor. Son los compañeros que critican todo, se quejan de cada proyecto y parecen competir pa’ ver quién arruina más el ambiente. Hasta una reunión corta se puede sentir como una novela de suspenso con ellos cerca. Pero ojo, aprender a lidiar con ellos con humor y poner distancia cuando hace falta es la clave pa’ que no te roben la motivación ni las ganas de seguir adelante.
La diferencia es evidente: los tóxicos te restan, los vitaminas te multiplican. Y no se trata solo de halagos; se trata de energía, de esas vibras que uno siente al terminar una conversación. ¿Acabaste con el ánimo por el suelo o con ganas de conquistar el mundo? Esa es la señal.
Y ojo, no es que a los tóxicos hay que odiarlos. No, porque también enseñan: te muestran lo que NO quieres ser y lo que no debes permitir en tu vida. Es como el ají picante: en poca dosis da sabor, pero si te descuidas, te arde hasta el alma.
Así que haga su inventario: Si al terminar una conversación usted siente que le pesa el cuerpo como si hubiera cargado blo' en Guachupita, ya usted sabe… ¡suelte eso! Pero si termina con energía, con ganas de bailar un merengue o ponerse creativo, entonces celebre, que está rodeado de pura vitamina.
Porque al final, querido lector, la vida es corta y no se hizo pa’ andar envenenado. Mejor póngase pa’ lo suyo y busque gente que, en vez de chuparle la energía, le dé pilas pa’ seguir soñando. No necesitamos sumar gente que nos baje el ánimo. Escoger con quién compartimos tiempo y poner distancia con los tóxicos es un acto de sabiduría… y de supervivencia social.
Así que recuerde: rodéese de personas vitamina y enfrente a los tóxicos con prudencia y buen humor. Una sonrisa estratégica frente a la negatividad, combinada con la compañía correcta, es la receta pa’ mantener la motivación, la alegría y la salud emocional. Porque la vida, se vive mejor riéndose… incluso cuando un tóxico anda cerca.