miércoles, 13 de agosto de 2025

EL ARTE DE METERSE EN LA VIDA AJENA... PERO CON CARIÑO.

En tiempos de likes y corazoncitos virtuales, la verdadera cercanía sigue siendo tan escasa como el aguacate barato en diciembre.

Por: Massiel Reyes-Lecont

Vivimos en una era donde hay mil maneras de “estar conectados”, pero cada vez menos ganas de cruzar la calle para saludar. Interesarse genuinamente por la gente se ha vuelto un lujo, casi un acto revolucionario. Y no hablo de ese “¿Cómo tú estás?” que uno suelta por compromiso mientras ya va mirando el celular, sino de esa pregunta con pausa, con intención y con las orejas bien abiertas… como quien de verdad quiere saber si dormiste bien o si todavía te duele la rodilla.

No todo el que pregunta “¿Y la familia?” lo hace con veneno. Algunos lo hacemos con cariño de verdad, porque nos importa, no porque estemos buscando material para el grupo de WhatsApp.

El dominicano, por naturaleza, es fisgón… pero del bueno (la mayoría de las veces). Nos encanta averiguar, opinar, preguntar. El secreto está en hacerlo sin agendas ocultas: no es lo mismo un “¿Cómo estás?” genuino, que aparecer después de cien años de soledad con un “¿Cómo estás…? ¿Y el perro? ¿Y tu mamá? mujer buena esa. ¿Y Marcos? (o Marta, da igual) Ya tú sabes, un hombre o mujer que lleva tiempo fuera del radar, enterrado y hasta con el cabo de año pasado encima… Para luego saltar como todo un león o tigresa: ‘Oye, préstame cinco mil hasta el quince’”. Va'mo a calmano.

Como decía Dale Carnegie —que no era de Villa Juana, pero bien pudo ser—, (y con mis palabras) interesarse sinceramente por los demás es la clave, no solo para ganar amigos, sino para construir relaciones que no se caigan con el primer malentendido… o la primera mala racha del Licey. Porque en el fondo, todos sabemos distinguir entre quien se acerca por afecto y quien lo hace por conveniencia.

En un mundo saturado de notificaciones, a veces lo que más necesitamos no es un mensaje con un emoji de abrazo, sino un abrazo de verdad. Que la gente aparezca no solo en tu cumpleaños, sino un martes cualquiera, sin razón, solo porque sí. Que tu presencia en la vida de otros no sea como la visita del cometa Halley: bonito, pero cada 75 años. Mejor que sea como el café colado de la mañana: diario, constante y sin condiciones.

Así que, la próxima vez que pienses en alguien, no te quedes en el meme (bueno, mándalo también, que uno no es de hierro y necesita reirse un chin). Llama, pasa por su casa, siéntate a hablar sin reloj, sin celular, sin agenda y sin intención disfrazada. Porque en un país como el nuestro, donde el cafecito y la chercha son patrimonio cultural, el interés genuino no solo se nota: se agradece, se recuerda y, sobre todo, se devuelve.

Como dijo un sabio filósofo griego-alemán del Capotillo: “El cariño que no se ve, se enfría… y se daña como locrio sin nevera.”

Este tema me lo sugirió Jacinto, fan de mis escritos, en una de esas conversaciones que empiezan con un “vamos a hablar un chin” y terminan horas después: sin agenda, sin teléfono y sin prisa… solo con la certeza de que ese rato valió más que mil mensajes y salió mejor que cualquier chat de WhatsApp. A propósito, Jacinto ¿tienes cinco mil hasta la semana que viene? Tranquilo querido lector, no es que el es mi cajero personal… pero, si hay que pedir, yo sí puedo.


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