jueves, 28 de agosto de 2025

📰 LA PUYA: Patrimonio de la Nación y deporte de oficina

Por: Massiel Reyes-Lecont 

En este país nuestro, donde el plátano es verde hasta que se fríe y el calor no se negocia ni en invierno, hay una disciplina olímpica que todavía el Comité Internacional no ha reconocido: el lanzamiento de la puya. Y mire, aquí hay gente que la practica con tanta destreza que debería haber ligas profesionales, con medallas y todo.

Pero, ¿por qué la gente tira tanta puya? Sencillo: porque decir las cosas de frente requiere dos ingredientes escasos en algunos profesionales: valor y honestidad. Mucha gente prefiere la vía fácil: lanzar la indirecta y hacerse el loco. Así se sienten valientes sin correr el riesgo del cara a cara. Es como jugar dominó con fichas prestadas: mucha bulla, pero poca sustancia.

En la vida social ya estamos curados de espanto. Siempre aparece la tía que, con sonrisa de misa y lengua de cuchillo, te suelta: —“Ay, mi hija, qué bien te veo… ¡estás prosperando en libras!”. Traducción: “te tas poniendo como una yuca con mantequilla”.

El vecino tampoco se queda atrás. Te ve llegar en tu carro nuevo y comenta en voz alta, con malicia incluida: —“Qué bueno que algunos ya pueden darse sus lujos… aunque el banco sea el verdadero dueño”. Y uno, con la risa congelada, sabe que la puya no la brinca chivo.

Porque la puya en este país no se come aparte: viene incluida en el menú, justo al lado del arroz, la habichuela y la carne. Y cuidado, que a veces llena más que la misma comida.

Ahora, cuando la puya se muda al ámbito laboral, la cosa se pone interesante. El jefe que lanza indirectas en plena reunión: “Aquí hay empleados que confunden la hora de entrada con la hora de desayunar”. El colega que suelta la suya en tono de chiste: “Menos mal que algunos mandaron el informe… aunque se notó que lo hicieron con chatGPT”. Y el departamento entero se ríe nervioso, porque todos saben a quién le tocó el tablazo.

Lo curioso es que esos mismos “tiradores olímpicos de puya” suelen ser gente con títulos y maestrías colgando en la pared. Pero viendo su nivel de madurez, uno piensa: “¿Será que esos diplomas los rifaron en una tómbola junto con una batidora y un juego de sábanas?” Porque para algunos, el título no les sirvió ni para aprender a decir las cosas de manera adulta.

Y no hablemos de lo que pasa cuando se usa la palabra “bruto”. Esa sí que es mágica. Porque lo que más ofende a un bruto es que le digan bruto. Brinca, patalea y hasta te escribe un correo de tres párrafos defendiendo su “capacidad intelectual”. Pero ahí mismo uno confirma la teoría de mi abuela: “El que no es, no se ofende”.

Mientras tanto, la oficina sigue igual: un coliseo de gladiadores donde las espadas son indirectas, los escudos son sonrisas hipócritas y el público aplaude cada puyazo bien lanzado.

En conclusión, la puya dominicana es más que un chiste: es un espejo. Refleja el miedo a ser frontal, la costumbre de disfrazar la verdad y la falta de coraje para asumir lo que se piensa. Entre risas, carcajadas y hasta malestares, ahí seguimos: viviendo en un país donde nadie muere de una puya, pero más de uno queda marcado.

Y si mañana declaran la puya como deporte nacional, yo no tengo dudas: en la categoría laboral, ganamos medalla de oro.


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