Cuando el aplauso es falso y el silencio es más sincero
Hay algo profundamente desconcertante en descubrir que las palabras que te exaltaban en público, eran las mismas que en tu ausencia te arrastraban por el piso.
Es una experiencia que duele más de lo que muchos admiten: ver cómo personas que sonrisas te dieron de frente, cuchillos guardaban en la espalda.
Vivimos en un mundo donde la doble cara no es tan rara como debería ser. Personas que celebran tus logros solo si no los superan. Que aplauden tus victorias, pero con la otra mano escriben en voz baja tu derrota. Gente que no solo no se alegra por ti, sino que necesita fingir que lo hace… porque su verdadero rostro no puede sostenerse sin una máscara.
Y no, no se trata de esperar perfección de los demás. Se trata de autenticidad. De que si algo no te agrada, lo hables. De que si admiras algo, lo digas. Pero que no haya una versión tuya frente a mí, y otra tan distinta cuando no estoy.
¿Sabes qué es lo más triste de todo esto?
Que a veces, esas personas están más cerca de lo que pensabas. Y aunque tu corazón quiere negarlo, sus acciones ya hablaron.
Pero aquí va la parte más difícil, y más valiente: No te conviertas tú en uno de ellos.
No respondas hipocresía con hipocresía, ni hables con quien solo quiere escuchar tu caída.
Guarda tu paz. Cuida tu esencia.
Recuerda que la verdad no necesita gritar… solo necesita tiempo.
Tú sigue brillando, aunque les moleste.
Sigue actuando con integridad, aunque nadie te lo aplauda.
Porque al final del día, la vida —y Dios— se encargan de poner todo en su lugar.
“Sus labios son más dulces que la miel, pero en su corazón hay veneno.”— Proverbios 5:3 (parafraseado)
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