A veces, las madres llevan en sus hombros la falsa creencia de que deben ser perfectas, que deben estar siempre fuertes, siempre listas, siempre sonrientes. Pero aquí está la verdad que muchas olvidan: sentirse mal no está mal.
Ser madre es un privilegio, pero también es un desafío. Y en esos momentos en que te preguntas si estás haciendo las cosas bien, recuerda esto: tus hijos no necesitan una madre perfecta; necesitan a su madre. La que los abraza cuando tienen miedo, la que les seca las lágrimas, la que se equivoca y lo admite, la que les enseña que incluso en las caídas se encuentra aprendizaje.
Tener días difíciles no te hace menos merecedora de tus hijos maravillosos. No eres menos capaz porque a veces necesites tiempo para ti misma, para llorar, respirar, sanar. Cada lágrima que derramas es una prueba de lo mucho que amas, porque incluso cuando te sientes rota, sigues buscando la forma de reconstruirte por ellos.
Llora si lo necesitas. Llora porque en esas lágrimas también hay fuerza, en esa vulnerabilidad hay belleza. Pero luego, cuando sientas que estás lista, levántate. Seca tus lágrimas y sigue adelante. No porque debas ser fuerte todo el tiempo, sino porque dentro de ti habita un amor inagotable, una voluntad que trasciende el cansancio, y una valentía que solo una madre puede conocer.
Recuerda esto: no necesitas alas para ser extraordinaria. Dios no te hizo un ángel; te hizo madre. Te dio el don de dar vida, de nutrirla, de guiarla con tu amor imperfecto y maravilloso. Te puso aquí, con todas tus imperfecciones, para demostrar que la humanidad, con sus altibajos, es el regalo más valioso que puedes ofrecer a tus hijos.
Así que la próxima vez que te sientas mal, recuerda que eso también es parte del camino. Y que incluso en esos días grises, sigues siendo un ser humano extraordinario, el centro del universo para quienes más importan: tus hijos.
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