Pero, ¿en qué momento nos detenemos a preguntarnos qué queremos y qué necesitamos?
El divorcio no es el final, aunque en un principio pueda sentirse así. Es el cierre de un capítulo, pero no el fin de la historia. Es difícil, es doloroso y puede venir con momentos de incertidumbre, pero también puede ser el inicio de una nueva etapa de crecimiento, sanidad y redescubrimiento.
Muchas veces nos enseñan que debemos sacrificarnos en nombre de la familia, de los hijos, de la sociedad. Pero vivir en una relación donde ya no hay amor, respeto o paz no es un sacrificio, es una condena. Y más allá del miedo que pueda generar tomar la decisión de separarse, está la realidad de que nadie debería permanecer en un lugar donde ha dejado de ser feliz o donde su bienestar emocional, físico y mental está en riesgo.
El divorcio no significa que fracasaste. Significa que tuviste el valor de elegirte a ti mismo. Que fuiste lo suficientemente valiente para dejar ir lo que no te hacía bien y abrirte a nuevas oportunidades de amor, paz y estabilidad.
Si hoy estás enfrentando un divorcio o lo has vivido en el pasado, recuerda esto: no estás solo, no eres menos valioso por haber tomado esta decisión y mereces ser feliz. Puede que el proceso sea difícil, pero poco a poco el dolor se convierte en aprendizaje, la soledad en libertad y el miedo en esperanza.
Porque el divorcio no es el final. A veces, es el comienzo de la vida que realmente merecemos.
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