Por: Massiel Reyes-Lecont
Dicen que la esperanza es lo último que se pierde… pero en el caso de la dieta, parece que la encontramos cada domingo en la noche, justo después de comernos “el último pedacito” de bizcocho. Ese pedacito que, según uno, no cuenta, porque ya la decisión está tomada: “El lunes empiezo mi dieta”. Lo que no se aclara es de cuál lunes estamos hablando… ¿el próximo, el del mes que viene o el del año electoral?
En República Dominicana, querido lector, la dieta es casi una tradición cultural. Se promete con la misma solemnidad que un voto en campaña: con fe, emoción y sin plan. El dominicano no dice “voy a comer más saludable”, dice “el lunes me pongo pa’ eso”, como quien anuncia un cambio de vida radical. Ese lunes, claro está, amanece con un desayuno de avena, sin azúcar y buena intención… pero al mediodía, alguien grita:
“¡Vamos a pedir una picadera, que hoy es lunes y el cuerpo necesita ánimo pa' la semana!”
Y ahí se fue la fibra y la fuerza de voluntad.
El problema no es la comida, es la memoria histórica del sazón. Porque ¿cómo uno va a decirle que no a un pollito frito con su moro y su taja' de aguacate y plátano maduro frito? ¡Eso es un atentado patriótico! Y ni hablar de los viernes de chicharrón, o los cumpleaños de la oficina donde el pastelito “se ve tan chiquito que no engorda”.
Además, aquí cualquier dieta se pone en peligro con una sola frase:
“Tú no vas a probar un chin, ni por educación.”
Y ya sabemos que en este país, rechazar comida es mala educación.
La verdad es que el bienestar, más que dieta o gimnasio, es equilibrio. Y en eso el dominicano es experto: puede comerse un plato de yuca con huevo y acompañarlo con un jugo verde “pa’ balancear”. Somos un pueblo que le pone humor hasta a las culpas. Porque cuando fallamos, no decimos “rompí la dieta”. Decimos: “No, eso fue un desliz calórico, mañana hago 16 horas de ayuno y sigo.”
Más allá de las risas, cuidar el cuerpo no debería sentirse como un castigo, sino como una forma de amor propio. Comer mejor, moverse más y descansar también son maneras de quererse. Así que sí, la dieta puede empezar el lunes… o el jueves… o cualquier día en que uno decida ponerse en primer lugar.
Pero mientras llega ese lunes perfecto —que a veces tarda más que el metro en hora pico—, si le sirven un locrio e' pollo humeante con su pedacito de aguacate, y con con, cómalo sin culpa y con gratitud.
Porque, al final, la vida no solo se vive… se saborea, se disfruta y, si tiene sazón, se repite.
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