Por Massiel Reyes Leconte
Cuando el cielo se pone gris y el aguacero comienza a cantar en los techos, el dominicano promedio no piensa en paraguas ni en charcos: piensa en comida caliente y con cariño. Porque aquí, querido lector, cada gota de lluvia trae consigo un antojo ancestral que nos divide como nación: ¿sancocho o asopao?
Hay quienes dicen que el sancocho es el rey indiscutible de los días lluviosos: siete carnes, humo saliendo del caldero, y ese olor que llega hasta la esquina del colmado. Es un plato de respeto, de compromiso, casi una ceremonia. Pero, ojo, no se puede hacer un sancocho de un día pa’ otro ni con la despensa vacía; eso necesita planificación, grupo de WhatsApp, y por lo menos una doña con tubi o anchoitas que supervise el sazón.
Por otro lado, está el asopao, ese héroe humilde que aparece cuando no hay tiempo ni presupuesto para la pompa del sancocho. El asopao es versátil, democrático, y rápido: con pollo, camarones o lo que aparezca, resuelve con dignidad y sin tanto papeleo culinario. El asopao es el amigo que te dice: “no te preocupes, yo te acompaño en esta lluvia aunque sea con pan”.

No hay comentarios:
Publicar un comentario