Mientras seguimos atrapados en el tráfico y en las mismas soluciones de siempre, el teletrabajo —ya contemplado en la ley— espera su turno como una salida real al caos diario.
Por: Massiel Reyes-Lecont
Ya lo hemos dicho todo: que los semáforos parecen luces navideñas sin temporada, que los agentes de tránsito dirigen con más ímpetu que aparente lógica, y que si uno no sale con paciencia, mejor que no salga. El tráfico capitalino está tan trancado que da la impresión de que las calles no fueron hechas para movernos, sino para probarnos la fe.
Pero en medio de esta tragedia con ribetes de comedia, hay un personaje olvidado que bien podría cambiar el guion: el teletrabajo. Sí, ese mismo que algunos ven como una excusa para trabajar en pijama, pero que —bien aplicado— podría ayudarnos a sacar el país del tapón… o al menos a sacar a unos cuantos de él.
Teletrabajo: conectando eficiencia y movilidad
Aunque ya se ha hablado bastante del tema, hoy el teletrabajo deja de ser solo una buena idea y entra en el terreno de la legalidad: en la propuesta de modernización del Código de Trabajo dominicano, se establece formalmente esta modalidad como una opción válida, moderna y flexible.
El artículo 276.1 del proyecto lo define como una forma de cumplir con el contrato laboral fuera del establecimiento de la empresa, mediante tecnologías de la información y la comunicación. En otras palabras, trabajar desde donde se pueda —y se rinda—, sin tener que lanzarse a la calle a las 6:00 a.m. con café en mano y paciencia en reserva.
Pero ojo, no es tan simple como "me conecto y ya". El mismo proyecto legal aclara que las condiciones del teletrabajo deben ser pactadas entre empleador y empleado, incluyendo si será de manera parcial o total. Y si es parcial, se debe acordar cómo se alternarán los días presenciales y remotos. Esto no solo protege derechos, sino que ayuda a planificar mejor la movilidad, la productividad y, claro está, la vida.
¿Y los empleadores?
Algunos aún creen que productividad es igual a ver al empleado clavado frente a un escritorio, aunque esté con una hoja de Excel abierta y el alma en modo avión. Pero si algo nos enseñó la pandemia —además de cómo usar Zoom sin hablar con el micrófono apagado—, es que mucha gente rinde más sin tapones, sin estrés y sin tener que planchar camisa todos los días.
Teletrabajar no es sinónimo de vacaciones ni de holgazanería digital; es, en muchos casos, una vía directa a la eficiencia. Y no lo digo yo, lo dicen los informes de empresas que han ahorrado millones solo en operaciones, alquileres y consumo energético. Lo que antes se invertía en luz, papel de baño, aire acondicionado y café de oficina, hoy se reinvierte en tecnología y bienestar laboral.
Por supuesto, el modelo requiere confianza y resultados claros. Pero si lo que importa es que el trabajo se haga —y se haga bien—, ¿de verdad importa desde dónde se escribe el informe? ¿Desde un cubículo o desde una mesa junto a la ventana, sin bocinas de fondo?
Mientras tanto, aquí…
…seguimos creyendo que poner más AMET en las esquinas, cambiar el tapón de horario y/o eliminar doblar a la izquierda en las principales avenidas del DN y el Gran Santo Domingo, resolverá el caos. Pero la realidad es que, sin medidas estructurales, solo estamos apagando fuegos con abanicos. Y si no nos atrevemos a probar alternativas como el teletrabajo, estamos condenados a seguir viendo el mismo tapón desde diferentes ángulos.
Y ojo, no está mal intentar, lo que pasa es que mientras tanto, el tapón no se inmuta. Ahí está, firme, cumpliendo su jornada completa.
¿Y si damos el paso?
Adoptar el teletrabajo, ya sea de forma parcial o total, no solo es una moda pasajera ni un capricho digital: sería una oportunidad real para aliviar el tráfico que nos tiene atrapados a todos, mejorar la calidad de vida laboral y optimizar recursos, tanto para empleados como para empleadores. Imagina menos horas perdidas en embotellamientos, más tiempo para la familia, menos estrés y una mejor salud mental, sin mencionar el ahorro económico en transporte y espacios físicos.
Claro, no es magia ni milagro: para que funcione, hace falta confianza mutua entre empleador y trabajador; infraestructura tecnológica que garantice conexión estable y segura; y formación adecuada para que todos sepan manejar las herramientas digitales y mantener la productividad. Pero, por encima de todo, lo que más se necesita es voluntad política, empresarial y social para cambiar hábitos y apostar por modelos flexibles que beneficien a la sociedad en su conjunto.
Conclusión: tapados de carros, pero con ideas
Este país está trancado, sí, pero las ideas están ahí, tocando bocina. Si ya lo tenemos reconocido en el proyecto de ley, ¿qué nos detiene?
A veces, para poner a un país en marcha, solo hace falta dejar de mover a todos al mismo tiempo. O mejor aún: permitir que trabajen desde donde realmente puedan ser productivos… sin tener que pelearse con un chofer de carro público ni esquivar a un motorista en vía contraria para lograrlo.
Si damos ese paso, no solo podríamos descongestionar las calles, sino también acercarnos a un país más moderno, más humano y más sostenible. Un país donde moverse no sea una odisea diaria y trabajar no dependa de cuántas bocinas escuchaste en el camino. La pregunta es simple: ¿estamos listos para darle "delete" al tapón y "enter" al cambio?
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