Llevo noches sin dormir...Noches en las que el silencio pesa más que el ruido.
Noches en las que me acuesto tarde y me levanto temprano, porque mi mente no me deja descansar.
Desde la tragedia ocurrida, siento que algo dentro de mí se rompió. Como si una grieta invisible se hubiese abierto en el alma colectiva del país… y en la mía también.
He sentido ansiedad, angustia y un nudo en la garganta que no se va.
He tratado de mantenerme informada, pero las redes sociales a veces me hunden más. Y si me desconecto, también me inunda la ansiedad de no saber.
Estoy en un punto en que todo me sobrepasa. Y si eso me pasa a mí —que no perdí a nadie cercano—, no puedo imaginar la magnitud del dolor de quienes sí lo hicieron.
Pienso en los que estuvieron ahí esa noche, una noche como cualquier otra. Un lunes de música, de amigos, de baile… Un lunes de “necesitaba desconectarme un poco”. Nadie sabía que sería su última noche. Y esa idea me aturde. Me paraliza. Me rompe.
¿Cómo haces para explicarle a un niño que su papá no volverá?
¿Cómo consuelas a una madre que se quedó sin su hija de repente?
¿Cómo sanas el alma de alguien que estuvo allí, vio lo que pasó y sobrevivió?
Esta tragedia ha removido los tuétanos hasta del más insensible.
Ha obligado a muchos a reestructurar su vida entera.
A repensar lo urgente, lo importante, lo valioso.
Y en medio de este torbellino emocional, solo me queda hacer una pausa…
Para abrazar en el espíritu a todos los que hoy lloran. Para reconocer su dolor, aunque no lo entienda en su totalidad. Para decirles que no están solos.
A ti, que perdiste a alguien.
A ti, que aún no encuentras palabras.
A ti, que estás sobreviviendo un día a la vez…
te abrazo desde aquí con todo mi corazón. Y te dejo estas palabras, que no pretenden borrar el dolor, pero sí acariciar el alma:
Está bien si no puedes más.
Está bien si lloras.
Está bien si no entiendes nada.
Está bien si te sientes en pausa, si no puedes trabajar, si no quieres hablar.
Todo eso está bien.
Pero también recuerda:
Tú sigues aquí.
Y tu vida sigue siendo valiosa.
Aunque cueste. Aunque duela. Aunque no sepas cómo avanzar.
Que Dios, en su infinita misericordia, abrace cada corazón roto.
Que te dé el consuelo que ningún ser humano puede dar.
Y que, poco a poco, encuentres descanso… aunque sea en pequeñas dosis.
“Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón;
Y salva a los contritos de espíritu.”
— Salmos 34:18