jueves, 23 de octubre de 2025

¿ASOPAO O SANCOCHO?: el pleito nacional de los días grises

Por Massiel Reyes Leconte

Cuando el cielo se pone gris y el aguacero comienza a cantar en los techos, el dominicano promedio no piensa en paraguas ni en charcos: piensa en comida caliente y con cariño. Porque aquí, querido lector, cada gota de lluvia trae consigo un antojo ancestral que nos divide como nación: ¿sancocho o asopao?

Hay quienes dicen que el sancocho es el rey indiscutible de los días lluviosos: siete carnes, humo saliendo del caldero, y ese olor que llega hasta la esquina del colmado. Es un plato de respeto, de compromiso, casi una ceremonia. Pero, ojo, no se puede hacer un sancocho de un día pa’ otro ni con la despensa vacía; eso necesita planificación, grupo de WhatsApp, y por lo menos una doña con tubi o anchoitas que supervise el sazón.

Por otro lado, está el asopao, ese héroe humilde que aparece cuando no hay tiempo ni presupuesto para la pompa del sancocho. El asopao es versátil, democrático, y rápido: con pollo, camarones o lo que aparezca, resuelve con dignidad y sin tanto papeleo culinario. El asopao es el amigo que te dice: “no te preocupes, yo te acompaño en esta lluvia aunque sea con pan”.

Pero en lo que todos estamos de acuerdo —y esto no se discute— es que ninguno de los dos sirve sin aguacate. Eso es un delito a la patria. Porque el aguacate no es acompañamiento, es protagonista, árbitro, y testigo de toda comida que se respete.
Un dominicano puede aceptar un asopao sin pollo o un sancocho sin víveres, pero sin aguacate no hay perdón ni excusa.

Detrás de este dilema gastronómico también hay una lección sobre nosotros: cómo enfrentamos las lluvias. Mientras en otros países la gente se encierra y se queja, aquí convertimos el aguacero en excusa para reunirnos, prender la estufa y compartir.

Así que, ya que está lloviendo, no discutas mucho. Busca tu caldero, llama a los tuyos, y prepárate para el verdadero debate nacional:
“¿Quién trajo el aguacate?”

martes, 21 de octubre de 2025

ANUNCIARON AGUA… ¡Y SE ACABÓ EL PAN!

Por: Massiel Reyes-Lecont

Querido lector, si usted quiere ver el verdadero espíritu de supervivencia del dominicano, no vaya a un concierto gratis, a una paca los lunes con “todo a 25”, ni a INESPRE a comprar víveres baratos: espérese a que anuncien vaguada. 

Ese día, los supermercados se convierten en una mezcla de película de acción, reality show y romería colectiva donde todos, absolutamente todos, descubrimos el deseo incontenible de comprar raciones abundantes de pan, leche, chocolate y papel de baño… aunque vivamos solos, sin nevera y sin problemas estomacales.

No importa si es tormenta, una simple vaguada o un “fenómeno en observación”, el dominicano oye “agua” y activa el modo pánico nivel 220 voltios. Es como si la voz del COE tuviera un botón invisible que despierta el instinto primitivo de llenar carritos.

Cuando anuncian agua, hay una tradición no escrita en donde el pan, el chocolate y la leche se vuelven artículos de primera salvación. No importa si usted es intolerante a la lactosa o está haciendo dieta keto: va a comprar pan, chocolate y leche.
Y si el supermercado se queda sin pan, el dominicano se indigna:
—¿Cómo que no hay pan?
Y ahí arranca el debate entre desconocidos en el pasillo, opinando como meteorólogos y panaderos certificados por ChatGPT.

Hay un fenómeno más. No hay explicación lógica, pero el papel de baño se ha convertido en símbolo nacional de previsión. Ni Freud ni la NASA han podido descifrar por qué, cada vez que anuncian lluvia, el dominicano siente la necesidad urgente de abastecerse como si fuera un artículo de primera supervivencia. Uno pensaría que lo sensato sería comprar velas o baterías, pero no: el dominicano prefiere morir limpio, aunque sea sin luz.

Lo que demuestra este fenómeno es que al dominicano no le gusta que lo agarren desprevenido. Somos gente previsora, protectora, que cuida a los suyos. Cuando anuncian agua, detrás del corre corre y las risas, hay una verdad profunda: queremos sentirnos listos, aunque sea con una funda de pan y dos cartones de leche. Ah, y el chocolate.

Porque, al final, el dominicano es así: exagera, improvisa, se ríe en medio del caos y, aun con el carrito lleno y el cielo gris, dice con una sonrisa:

—Tranquilo, que si el COE dijo que va a llover, no va a llover na’... pero por si acaso, yo ya toy’ li’to.

EL COE NO HA HABLADO, PERO YA HICIMOS EL COCOTE


Querido lector, no hay nada que despierte más esperanzas en el corazón del dominicano que la frase: “El COE está en sesión permanente”. A partir de ahí, el país se detiene. La gente no duerme, los grupos de WhatsApp reviven, y el pronóstico del tiempo se convierte en tema de Estado. No sabemos si va a llover… pero el cocote ya está hecho. 

Desde que el cielo se pone gris, uno siente la vibra. El dominicano entra en modo expectativa nacional“¿Y tú crees que suspendan mañana?”, “Dicen que el río está subiendo”, “Vi un video en TikTok que parece el Diluvio Universal en La India”… y ya con eso basta para prender la esperanza colectiva de un día libre en RD.

El proceso es casi religioso. Primero, revisamos las redes sociales buscando cualquier declaración del Ministerio de Educación, Ministerio de Trabajo o del COE. Si no hay nada oficial, pasamos al segundo nivel: el amigo que “tiene un primo” que trabaja en el ministerio. Ese primo, que nadie ha visto, se convierte en nuestra fuente de confianza.

Después llega la frase mágica: “Me dijeron que lo van a anunciar en la noche.”

Y ahí no hay quien duerma. Los padres, los estudiantes y hasta los profesores se acuestan con la ropa lista para cualquier escenario: pijama o pantalón largo, dependiendo del decreto.

Y si anuncian suspensión… ¡Alegría nacional! El dominicano despierta feliz, abre la ventana, ve el cielo despejado y dice con toda convicción: “Gracias a Dios que suspendieron, porque tú sabes que la cosa se podía poner fea.”

Y aunque no caiga ni una gota, ya hay sancochos en preparación, Netflix encendido y gente diciendo que “mejor prevenir que lamentar”. Somos un pueblo previsivo… sobre todo cuando se trata de acatar ordenes tras suspensión laboral o docencia. Lo grande es que si el día está soleado, entonces el país entero se siente engañado. El dominicano no perdona el cocote roto. Nos duele más que un apagón en medio de una serie.

Pero si no suspenden… Ahí viene el drama. El cielo se cae, las calles se inundan, el tránsito se vuelve un caos, o mas caos, y todos decimos en coro: “¿Y por qué no suspendieron, Dios mío?”

Detrás del humor, hay algo muy nuestro: la necesidad de pausa, de descanso, de un respiro en medio del corre corre. Tal vez por eso, cada vez que llueve o se anuncia una vaguada, nuestro subconsciente colectivo pide tregua. No es flojera —bueno, tal vez un poquito—, es el deseo de bajarle el ritmo a la vida, aunque sea con una excusa climática.

Y ahí vamos, mirando el cielo y esperando el decreto como quien espera el toque de queda del descanso. No se trata solo de lluvia, se trata de esperanza: la esperanza de que, entre tanto tráfico, cansancio y calor, alguien nos diga que podemos pausar un día sin culpa.

Si no llega el decreto, al menos que llegue el fresquito... y si llega el cocote, que nos agarre con el sancocho hecho y una mantica encima.

martes, 14 de octubre de 2025

ENTRE EL MORO Y LA MOTIVACIÓN: crónica de una dieta dominicana

Por: Massiel Reyes-Lecont  

Dicen que la esperanza es lo último que se pierde… pero en el caso de la dieta, parece que la encontramos cada domingo en la noche, justo después de comernos “el último pedacito” de bizcocho. Ese pedacito que, según uno, no cuenta, porque ya la decisión está tomada: “El lunes empiezo mi dieta”. Lo que no se aclara es de cuál lunes estamos hablando… ¿el próximo, el del mes que viene o el del año electoral?

En República Dominicana, querido lector, la dieta es casi una tradición cultural. Se promete con la misma solemnidad que un voto en campaña: con fe, emoción y sin plan. El dominicano no dice “voy a comer más saludable”, dice “el lunes me pongo pa’ eso”, como quien anuncia un cambio de vida radical. Ese lunes, claro está, amanece con un desayuno de avena, sin azúcar y buena intención… pero al mediodía, alguien grita:

“¡Vamos a pedir una picadera, que hoy es lunes y el cuerpo necesita ánimo pa' la semana!”

Y ahí se fue la fibra y la fuerza de voluntad.

El problema no es la comida, es la memoria histórica del sazón. Porque ¿cómo uno va a decirle que no a un pollito frito con su moro y su taja' de aguacate y plátano maduro frito? ¡Eso es un atentado patriótico! Y ni hablar de los viernes de chicharrón, o los cumpleaños de la oficina donde el pastelito “se ve tan chiquito que no engorda”.

Además, aquí cualquier dieta se pone en peligro con una sola frase:

“Tú no vas a probar un chin, ni por educación.”
Y ya sabemos que en este país, rechazar comida es mala educación.

La verdad es que el bienestar, más que dieta o gimnasio, es equilibrio. Y en eso el dominicano es experto: puede comerse un plato de yuca con huevo y acompañarlo con un jugo verde “pa’ balancear”. Somos un pueblo que le pone humor hasta a las culpas. Porque cuando fallamos, no decimos “rompí la dieta”. Decimos: “No, eso fue un desliz calórico, mañana hago 16 horas de ayuno y sigo.”

Más allá de las risas, cuidar el cuerpo no debería sentirse como un castigo, sino como una forma de amor propio. Comer mejor, moverse más y descansar también son maneras de quererse. Así que sí, la dieta puede empezar el lunes… o el jueves… o cualquier día en que uno decida ponerse en primer lugar. 

Pero mientras llega ese lunes perfecto —que a veces tarda más que el metro en hora pico—, si le sirven un locrio e' pollo humeante con su pedacito de aguacate, y con con, cómalo sin culpa y con gratitud.

Porque, al final, la vida no solo se vive… se saborea, se disfruta y, si tiene sazón, se repite.

viernes, 10 de octubre de 2025

ESPERANDO UN MILAGRO SIN MOVERSE (spoiler: no funciona)

Por Massiel Reyes-Lecont

En este país somos expertos en decir que “todo está en manos de Dios”, pero a veces se nos olvida que Dios no trabaja con gente vaga. Queremos resultados diferentes, pero seguimos haciendo lo mismo desde hace años, con la esperanza de que un día amanezca y la vida mágicamente se arregle, como si fuera por decreto celestial.

El miedo es el verdadero jefe silencioso de medio mundo. No aparece en nómina, pero dirige muchas decisiones. Es ese personaje que te susurra: “no te muevas, y si te mueves, que sea poquito”. Se disfraza de prudencia, de sensatez, de “yo estoy esperando el momento perfecto”. Y así, entre una oración, una excusa y otra taza de café, se te van los años esperando sentirte listo… mientras la vida pasa de largo, como el carrito de los helados cuando tú no tienes menudo.

Mira, el miedo no se va. Uno aprende a vivir con él, como quien aprende a convivir con un vecino ruidoso: te molesta, pero ya ni caso le haces. La diferencia está en que algunos se dejan dominar, y otros se levantan y dicen: “sí, tengo miedo, pero me muevo igual”. Porque el miedo no se vence quedándote quieto; se vence caminando con las piernas temblando.

Y no me malinterpretes, la fe es importante. Pero hay gente que usa la fe como sofá: se sientan a esperar que Dios les resuelva. “Estoy confiando en el Señor”, dicen, mientras no mueven ni un dedo. Hermano, hermana: la fe sin obra es muerta, y tú sin acción estás en coma.

Dios puede abrirte la puerta, pero tú tienes que empujarla.
Puede darte alas, pero tú tienes que atreverte a volar.
Puede mostrarte el camino, pero tú tienes que soltar el miedo al GPS.

Hay personas que siguen en el mismo trabajo que detestan, en la misma relación que los drena, en la misma rutina que los apaga… y cuando uno les pregunta por qué no hacen algo diferente, responden: “Bueno, tú sabes… hay que esperar el tiempo de Dios.” Y sí, el tiempo de Dios es perfecto, pero si Él te manda señales y tú sigues mirando para otro lado, ya eso no es fe, es terquedad con biblia en mano.

El cambio da miedo, claro que sí. Pero más miedo debería darte quedarte en un sitio donde te estás marchitando en silencio. Lo nuevo asusta, pero lo viejo que ya no sirve también. Así que si vas a tener miedo, al menos que sea por algo que te haga crecer.

La vida no mejora con un “amén” y un sticker de WhatsApp que diga “Dios tiene el control”. Mejora cuando tú también tomas el control de lo que te toca. Ora, confía, pero también muévete. No ores por un cambio si no estás dispuesto a mojarte los pies.

Si estabas esperando una señal del cielo para hacer ese movimiento, aquí está: levántate y arrancaCon miedo, con temblores, con dudas… pero muévete.
Porque, al final, los milagros no llegan a los que esperan sentados, sino a los que caminan aunque no vean el camino completo.

Así que sí, ten fe, pero recuerda:
Dios mueve montañas, sí… pero tú, mi amor, tienes que mover los pies. Porque los milagros no llegan por delivery.


miércoles, 8 de octubre de 2025

TU EMPLEO NO ES TU CRUZ: cuando trabajar se vuelve sobrevivir

Por Massiel Reyes Leconte

Hay trabajos donde uno se siente útil, valorado, con propósito. Y hay otros… donde el mayor logro del día es no lanzar la computadora por la ventana.

Si últimamente has desarrollado una relación de odio pasivo con tu escritorio, si suspiras mirando el reloj a las 9:07 a.m. y piensas “¿cómo es posible que aún falten ocho horas?”, felicidades: estás experimentando los primeros síntomas de la depresión laboral, esa mezcla entre cansancio, frustración y ganas de desaparecer por una temporada “sin goce de sueldo”.

No hace falta un diagnóstico clínico para saberlo: cuando el cuerpo llega arrastrándose al trabajo y el alma se queda en casa viendo series, algo no anda bien.

De repente, el café ya no levanta. Las reuniones parecen capítulos de una serie que nunca termina. Tu jefe repite las mismas frases motivacionales y tú solo piensas:

“Si la motivación fuera dinero, aquí todos estaríamos quebrados.”

Y ahí estás tú, fingiendo interés mientras por dentro ensayas tu discurso de renuncia entre PowerPoints y planillas de Excel.

Tu sonrisa de oficina se activa solo por reflejo, como el Wi-Fi.
El olor del comedor te genera respuestas emocionales negativas.
Tus frases más usadas son: “¿Qué día es hoy?” "¿Falta mucho pal' cobro? ¿Cuanto faltan pa' la 5:00pm?
Cuando te preguntan “¿cómo estás?”, respondes “aquí… sobreviviendo”.
Y empiezas a pensar que el sonido de las notificaciones del correo debería venir con advertencia sanitaria.

Si te sientes identificado, tranquilo, no estás roto. Estás listo para un cambio.

Nos enseñaron que hay que aguantar. Que “el trabajo es el trabajo” y que la estabilidad es lo más importante. Pero seamos honestos: ¿de qué sirve la estabilidad si lo que está estable es tu ansiedad?

Renunciar no es rendirse. Es reconocer que mereces estar donde no tengas que usar tu energía vital solo para no explotar.
A veces el cuerpo grita lo que el correo no se atreve a decir:

Ya no puedo con esto.”

Y está bien. Se vale cerrar etapas, archivar capítulos, y hasta dejar plantado al estrés con una carta de renuncia en la mano.

Una vez que te atreves a soltar, pasa algo curioso: El aire se siente más liviano.
El lunes deja de ser una amenaza Y hasta el café vuelve a saber rico. No, no es magia. Es paz. Y esa no la venden en Recursos Humanos.

La depresión laboral no es flojera ni drama: es un grito silencioso de agotamiento. Es lo que pasa cuando damos más de lo que tenemos, durante demasiado tiempo, en un entorno donde lo emocional se ignora “porque hay que cumplir”.

Por eso, si el trabajo ya no te suma, no esperes a que te reste la salud.
El cambio puede asustar, pero quedarse donde no floreces termina marchitándote.

Así que, si estás dudando entre otro lunes gris o una nueva historia, recuerda:

No todo lo que se pierde es un empleo.
A veces "perder" el trabajo es la forma más elegante de ganarte a ti mismo.

El cambio puede doler… pero quedarse donde no hay vida, duele más.
Así que, antes de tomar otro café o mandar otro correo con cara de “estoy bien”, hazte la pregunta clave: “¿Esto me suma o me apaga?”

Si la respuesta es “me apaga”, ya sabes lo que toca: encenderte tú. 


jueves, 2 de octubre de 2025

SE BUSCA EMPLEADO: joven con 10 años de experiencia, doctorado en la NASA y disponibilidad para cobrar $15,000

Por: Massiel Reyes-Lecont  

En la República Dominicana hemos llegado a un punto mágico, casi místico, en el mercado laboral. Usted abre cualquier portal de empleo y se encuentra con la maravilla: “Se solicita joven recién graduado con mínimo 10 años de experiencia, maestría en Harvard, doctorado en la NASA, inglés nativo, francés intermedio, mandarín avanzado y disponibilidad inmediata… salario: $15,000.”

¡Ah, pero eso sí! Debe ser proactivo, innovador, resiliente, líder natural, con carro propio, dispuesto a viajar, aguantar jefes con mal humor y, de paso, servir de community manager gratis.

Uno se pregunta, ¿en qué momento nos convertimos en un país que exige superhéroes corporativos y paga como si fueran pasantes?

Lo jocoso es que al final, esas ofertas parecen más un episodio de comedia que una oportunidad laboral seria. Es como si a un joven de 18 años le pidieran haber trabajado desde el vientre materno, con un teclado en la mano y un diploma en el sonograma.

Y no es que el dominicano no tenga talento —¡lo que sobra aquí es talento, creatividad y ganas de echar pa’ lante!—. El problema es que el sistema está diseñado para desmotivar: piden lo imposible y pagan lo risible.

Mientras tanto, los muchachos que sueñan con crecer en su carrera se topan con la gran contradicción: para conseguir experiencia necesitas un trabajo, pero para conseguir el trabajo necesitas experiencia. ¿Entonces? ¿Quién fue primero, el huevo o el empleo?

Lo cierto es que este fenómeno merece reflexión. Porque si seguimos con esta práctica absurda, lo único que lograremos es exportar talento: jóvenes que, cansados de ser tratados como “superhéroes de bajo costo”, se van a países donde valoren sus capacidades y les paguen acorde.

Lo positivo es que el Ministerio de Trabajo regula este tipo de anuncios de empleo, exigiendo que las vacantes incluyan requisitos más realistas y salarios justos. Una medida necesaria que, aunque tenga mucho camino por recorrer, puede ser el primer paso para dignificar las oportunidades laborales en el país y evitar que las empresas sigan jugando a la 'ruleta rusa' con los sueños de los jóvenes.

Al final, el verdadero reto no es que un joven de 20 años tenga 10 de experiencia, sino que las empresas entiendan que la experiencia se construye con oportunidades, y que la inversión en la gente siempre regresa multiplicada.

Mientras tanto, nosotros, desde el banquito, seguiremos riéndonos con los anuncios de empleo, que parecen escritos por productores de humor: “Se busca empleado multitask, pero con sueldo monotask.”

 Y usted, ¿cuál ha sido la oferta de empleo más absurda que se ha encontrado? ¿Ha visto algún requisito que le sacó la risa o el pique? Cuéntemelo en los comentarios, que entre todos armamos la “bolsa de empleos imposibles” versión dominicana.


¿ASOPAO O SANCOCHO?: el pleito nacional de los días grises

Por Massiel Reyes Leconte Cuando el cielo se pone gris y el aguacero comienza a cantar en los techos, el dominicano promedio no piensa en pa...