viernes, 19 de diciembre de 2025

LOS JUECES DEL COLMADO DIGITAL

Por: Massiel Reyes-Lecont

En este país hay una institución paralela que funciona mejor que muchas oficiales: el tribunal de la opinión pública. No tiene edificio, pero opera 24/7. No exige pruebas, pero sí conclusiones. Y no investiga… interpreta. Aquí basta con un “yo oí” o un “eso se ve raro” para dictar sentencia definitiva, sin defensa ni réplica.

Porque la difamación criolla no es malintencionada —según quien la practica—, es “preocupación genuina”. Empieza suave: “Yo no estoy diciendo nada, pero…” y termina con una biografía completa del acusado, incluyendo intenciones ocultas, errores pasados , futuros y una condena moral que nadie solicitó. Todo eso sin haber cruzado una sola palabra con el protagonista de la historia.

El problema es que en este juicio nadie quiere el cuento completo. El cuento completo cansa, exige atención, tiene matices y zonas grises. Mucho más cómodo es quedarse con el resumen mal contado: una foto fuera de contexto, un silencio malinterpretado, una sonrisa que no combinaba con la expectativa colectiva. Y así se arma una novela intensa… escrita por gente que solo leyó el título.

Aquí se juzga como quien prueba un sancocho con una cucharada fría y decide que quedó malo. No importa si el fuego estaba bajo, si faltaban minutos o si la receta no era para ese paladar. El veredicto es inmediato y, por supuesto, compartible con entusiasmo.

La ironía está en que muchos de estos jueces se sienten moralmente invencibles, como si la vida nunca fuera a ponerlos en una esquina parecida. Hablan con la seguridad del que cree que siempre haría “lo correcto”, sin considerar que la vida real no viene con instrucciones claras ni decisiones cómodas.

Mientras tanto, al acusado se le exige explicación pública, comunicado emocional y justificación detallada. Porque ahora parece que todo el mundo cree tener derecho a entender procesos ajenos, aunque no haya preguntado con respeto ni escuchado con verdadera intención.

Lo que suele olvidarse —y aquí se baja un poco la risa— es que la gente carga batallas que no se publican. Hay silencios que son autocuidado, decisiones que son supervivencia y pausas que no necesitan permiso colectivo.

Así que la próxima vez que llegue el chisme caliente, recién sacado del colmado digital, quizá convenga bajar la cuchara, guardar el martillo imaginario y recordar algo simple: sin el cuento completo, lo único completo es la imaginación.

Y al final, como siempre pasa, el tiempo —ese juez callado y paciente— termina poniendo a cada quien en su lugar, sin necesidad de comentarios ni sentencias improvisadas.


miércoles, 3 de diciembre de 2025

EL DOBLE SUELDO: ese dinero que no ha llegado, pero ya se fue

Por: Massiel Reyes-Lecont

Si existe un fenómeno digno de estudio científico en República Dominicana —además del tráfico de las 5:00 p. m. en la Kennedy— es el doble sueldo. Ese dinerito navideño que, por ley, todos deberíamos recibir… pero que, por alguna razón universal y misteriosa, se evapora antes de caer en la cuenta. “Tú lo ves venir”, dices tú. Pero no. Eso es un espejismo. 

Porque seamos sinceros: el doble sueldo es como ese tío que promete que va a ir a la cena familiar, pero nunca llega… y aun así tú guardas el pastel en hoja. Uno se emociona, hace planes, saca cuentas, pero cuando vienes a ver ya está comprometido con tres tandas de deudas, dos regalitos, un intercambio y una cena que todavía ni has olido.

Y ahí no quedan los fenómenos. Este año, los emprendedores también se sumaron a la tendencia nacional: gastar un dinero que no existe aún. Tú ves a la emprendedora diciendo: “Cuando entre el doble sueldo voy a comprar inventario nuevo”. Mi amor, ¿qué doble sueldo? Si tú eres tu propia jefa. ¿Quién te lo va a pagar? ¿El espíritu emprendedor Santo?

Y todavía más interesante: la gente jura que el doble sueldo viene “pesao este año”. ¡Sí, pesao de compromisos! Porque en noviembre tú lo sueñas, en diciembre tú lo esperas, pero a mediados del mes, y cuidao', tú estás como los memes: “Todavía no me ha pagado, pero ya debo cinco mil del doble sueldo”.

Mientras tanto, los bancos y las tarjetas de crédito están en su mejor época del año. Ellos sí están preparados para la Navidad. Ellos sí saben que tu doble sueldo no existe. De hecho, ellos trabajan bajo una premisa eterna: tu doble sueldo es nuestro. Lo tuyo es el recibo.

Y aun así, seguimos con el mismo ciclo:
—«Este año no me voy a volver loco gastando».
Ahí mismo suena un Black Friday, dos especiales, una rifa y un “por tiempo limitado”. Y tú, que eres fuerte y valiente, caes. Porque a veces uno no compra por necesidad… uno compra por deporte aunque al final terminemos todos preguntando lo mismo:

“¿Y en qué fue que se me fue el doble sueldo?”

Respuesta corta: en la vida.
Respuesta larga: en ser dominicano en diciembre.

Así que, si este año tu doble sueldo ya está gastado sin haber llegado, no te mortifiques. No estás solo. Estás en comunidad. En tradición. En patrimonio cultural inmaterial.

Porque, al final, el doble sueldo es eso:
Un mito real.
Un dinero imaginario.
Una esperanza económica con fecha de vencimiento.

Y aun así, ¡bendito sea! Porque aunque no lo veamos… todos, absolutamente TODOS, ya lo gastamos. O al menos ya tenemos pensado en que gastarlo.

jueves, 27 de noviembre de 2025

EL PROBLEMA NO ES EL TRABAJO: Es el “para ayer” P E R M A N E N T E

Por : Massiel Reyes-Lecont 

Vamos a decirlo sin tanto rodeo: la gente no se quema por trabajar. No, señor. Si fuera por trabajar, este país tuviera más gente brillando que una vitrina de Navidad. Lo que quema es otra cosa: la improvisación crónica, esa enfermedad silenciosa que hace que las oficinas funcionen como si cada día fuera un episodio nuevo de una serie donde todos improvisan el guion.

Porque trabajo duro no es igual a caos disfrazado de compromiso. Y nosotros, caribeños por naturaleza, tenemos un talento para el “resuelve” que a veces funciona… hasta que deja de funcionar. Hasta que el famoso Excel aparece a las 11 p. m. como si fuera un fantasma que viene a recordarte tus decisiones de vida. Hasta que el “es para ayer” se convierte en la frase oficial del año. Y no te confundas: nadie pidió que fuera para ayer; simplemente nadie lo planeó.

Ahí es que empieza el burnout: no en la tarea, sino en la falta de dirección. No en el esfuerzo, sino en ese eterno bombero emocional que uno tiene que activar para apagar fuegos que ni siquiera prendió. Y cuando esa rutina se normaliza, cuando el caos se institucionaliza como si fuera una tradición laboral más, algo se rompe. Y lo que se rompe, casi siempre, es la gente.

Porque la cultura del drama —ese cortisol corporativo que se respira desde el pasillo— termina empujando al talento en dos direcciones: o se va, o se apaga. Así, sin intermedio. Y perder talento no es solo un problema de recursos humanos; es un problema de futuro. De competitividad. De calidad.

Vamos a admitirlo: trabajar no es el problema. El problema es trabajar sin planificación, sin claridad, sin respeto al tiempo (propio y ajeno), sin procesos que funcionen más allá de la buena voluntad del día. El problema es que algunos lugares confunden urgencia con productividad, estrés con eficiencia y sacrificio con excelencia.

La buena noticia es que esto tiene remedio. Y no, no es el yoga de los viernes ni el cafecito motivacional que ponen en la mesa de reuniones. Lo que cura el agotamiento no es la frase bonita en la pared, es la organización. Es tener metas claras, roles definidos, procesos reales y deadlines que no provoquen que el alma quiera salirse por el oído.

Porque cuando el trabajo tiene estructura, la creatividad florece. Cuando hay planificación, la gente respira. Cuando hay orden, el talento se queda… y brilla.

El reto no es trabajar menos. El reto es trabajar mejor.
Y quizá, solo quizá, dejar de pedir “para ayer” lo que nunca se planificó para hoy.

Inspirado en una publicación escrita por Iris Reyna,Entrenadora de Líderes, Mentora y Consultora en Cultura Organizacional, que vi mientras navegaba por LinkedIn. Foto incluida.

martes, 25 de noviembre de 2025

CUANDO EL 'TE AMO' VIENE CON GPS Y CONTRASEÑA

Por: Massiel Reyes-Lecont 

Dicen que el amor es lindo, suavecito, como una brisita en Punta Cana a las cinco de la tarde. Pero ay, mi amor… si tú supieras la cantidad de cosas que nos han vendido como “románticas” cuando en realidad son más tóxicas que un jugo verde hecho con cilantro, molondrón, limón y malas decisiones. Hoy venimos con humor —porque la verdad duele menos cuando uno se ríe— a hablar de lo que NO es amor, pero que muchísima gente deja pasar, normaliza o hasta celebra. Y entre chiste y chiste, quizá alguien se reconoce y decide no renovar esa suscripción emocional que tanto le ha costado.

Por ejemplo, eso de “sin ti no soy nada” suena precioso en canciones, pero en la vida real es una señal roja con luces LED y bocinas de emergencia. No es romántico que alguien necesite perder su identidad para demostrar que te ama; eso no es amor, es dependencia emocional con disfraz poético. El amor sano dice: “Contigo soy más, pero sin ti también puedo ser”. Y punto.

Otro clásico del paquete tóxico es el famoso “me cela porque me quiere”. Ajá, claro… y yo soy astronauta porque subí a la azotea. Los celos no son una prueba de amor, son inseguridades con ropa de gala. Cuando alguien quiere controlar a quién ves, qué posteas, con quién hablas o qué tan feliz te ves sin él, eso no es cariño: es vigilancia emocional. Y la vigilancia, mi vida, no enamora a nadie.

También está esa frase que tantas novelas han arruinado: “Él/ella es así, pero en el fondo me ama”. Mira… el fondo es donde se hunden los barcos. Justificar gritos, silencios eternos, desplantes o humillaciones porque “tiene un carácter fuerte” es hacerse el loco profesionalmente. Si algo te hace daño, no es carácter. Si te duele, no es amor. Si hay que explicarlo todos los días, no funciona.

Y ni hablar del “se molesta si salgo sin avisarle… porque se preocupa”. La preocupación genuina pregunta: “¿Llegaste bien?”. El control, en cambio, exige reportes adelantados, fotos del sitio y el listado de quién estaba ahí. Una persona que te ama quiere que vivas, no que pidas permiso para existir; te acompaña, no te encierra.

Y, por supuesto, está el cuento de que “él/ella me quiere tanto que no soporta que otros me miren”. Si alguien quiere esconderte del mundo, taparte la luz o mantenerte chiquito para sentirse seguro, eso no es amor: es miedo a que otro te trate como mereces. El amor de verdad no te apaga; te aplaude.

Bromas aparte, este tema es serio. Entre refranes dominicanos y risitas nerviosas, hay una verdad que necesitamos masticar: muchas conductas dañinas se disfrazan de amor, y por costumbre, miedo o soledad, las aceptamos como parte del paquete. Pero el amor —el bueno, el verdadero, el que no necesita drama para sentirse intenso— no te lastima, no te drena, no te achica.

El amor no se sufre: se vive. Lo que duele, lo que asfixia, lo que humilla, lo que te hace sentir menos… eso no es amor, por más canciones que lo digan, por más excusas que inventemos. Así que hoy, entre risas, reflexionemos un chin. Revisemos nuestros vínculos con un poquito más de cariño hacia nosotros mismos. Porque al final del día, el amor empieza donde uno se respeta.

martes, 11 de noviembre de 2025

SE FUE LA LU'

por Massiel Reyes Leconte 

Se fue la lú. Así, sin previo aviso, sin pedir permiso y sin dejar ni una cartita en la nevera. A plena tarde, la República Dominicana entera se quedó en modo “ahora sí estamos en apagón nacional”. Y no un apagón cualquiera, no. Este vino con estilo: paralizó el metro, dejó al teleférico colgando en el aire y convirtió a Santo Domingo en una coreografía de bocinas, sudor y paciencia.

El metro, tan puntual y orgulloso de su eficiencia, se quedó plantado en mitad del túnel. Los pasajeros miraban las puertas cerradas como quien mira el futuro incierto: oscuro y caluroso. Algunos se rieron, otros rezaron, y uno que otro ya calculaba si le daba tiempo a llegar caminando. Mientras tanto, el teleférico —ese que presume de vistas espectaculares— se convirtió en balcón improvisado, con gente colgando entre cielo y tierra, contemplando la ciudad con un humor que solo da el susto compartido.

Afuera, el caos fue el mismo, pero con banda sonora de bocinas. Los semáforos decidieron tomarse el día libre, y en cada esquina los carros se miraban como gallos en pelea: “¿Paso yo o pasas tú?”. El que más pitaba era el que menos se movía. Y por si fuera poco, las paradas se llenaron de gente buscando carrito, con filas que daban la vuelta a la manzana. “Tú ve, cuando uno más lo necesita, el carrito se hace invisible”, decía una doña con el moño amarrado y el cartoncito en la mano.

Mientras tanto, los precios de Uber y las aplicaciones de transporte se dispararon como cohete de Año Nuevo. “Tasa dinámica, mi amor”, le decía el chofer a una muchacha que, entre resignada y divertida, veía cómo un viaje de 200 pesos se convertía en 800 en cuestión de segundos. Y como si fuera poco, el calor no perdonaba, porque el apagón decidió venir con combo completo: sin luz, sin brisa y sin paciencia.

Pero más allá del relajo, el apagón dejó una pregunta flotando en el aire: ¿qué tan preparado está nuestro país para cuando la tecnología dice ‘me cansé’? Porque en un segundo pasamos de ser la ciudad moderna del Caribe a un gran juego de dominó a oscuras. Y aunque el dominicano siempre se las ingenia —porque si no hay luz, hay velas; si no hay velas, hay celular; y si no hay batería, pues se charla—, lo cierto es que la dependencia del “clic” nos pasa factura.

Aun así, no faltó quien se lo tomara con humor. En las redes llovían los memes: “Se fue la lú, pero el calor se quedó”; “El teleférico ahora es un columpio nacional”; “En el metro, la conversación fluyó más que el tren”. Porque si algo tiene este país, es la habilidad de reírse hasta de la desgracia.

Pero ya el tema estaba servido: el apagón se volvió trending, la gente con historias para contar, y el país recordando que, al final, el dominicano no se apaga ni aunque se vaya la luz.

Porque aquí, mi hermano, la lú se va, pero la chispa… esa nunca se apaga.


jueves, 23 de octubre de 2025

¿ASOPAO O SANCOCHO?: el pleito nacional de los días grises

Por Massiel Reyes Leconte

Cuando el cielo se pone gris y el aguacero comienza a cantar en los techos, el dominicano promedio no piensa en paraguas ni en charcos: piensa en comida caliente y con cariño. Porque aquí, querido lector, cada gota de lluvia trae consigo un antojo ancestral que nos divide como nación: ¿sancocho o asopao?

Hay quienes dicen que el sancocho es el rey indiscutible de los días lluviosos: siete carnes, humo saliendo del caldero, y ese olor que llega hasta la esquina del colmado. Es un plato de respeto, de compromiso, casi una ceremonia. Pero, ojo, no se puede hacer un sancocho de un día pa’ otro ni con la despensa vacía; eso necesita planificación, grupo de WhatsApp, y por lo menos una doña con tubi o anchoitas que supervise el sazón.

Por otro lado, está el asopao, ese héroe humilde que aparece cuando no hay tiempo ni presupuesto para la pompa del sancocho. El asopao es versátil, democrático, y rápido: con pollo, camarones o lo que aparezca, resuelve con dignidad y sin tanto papeleo culinario. El asopao es el amigo que te dice: “no te preocupes, yo te acompaño en esta lluvia aunque sea con pan”.

Pero en lo que todos estamos de acuerdo —y esto no se discute— es que ninguno de los dos sirve sin aguacate. Eso es un delito a la patria. Porque el aguacate no es acompañamiento, es protagonista, árbitro, y testigo de toda comida que se respete.
Un dominicano puede aceptar un asopao sin pollo o un sancocho sin víveres, pero sin aguacate no hay perdón ni excusa.

Detrás de este dilema gastronómico también hay una lección sobre nosotros: cómo enfrentamos las lluvias. Mientras en otros países la gente se encierra y se queja, aquí convertimos el aguacero en excusa para reunirnos, prender la estufa y compartir.

Así que, ya que está lloviendo, no discutas mucho. Busca tu caldero, llama a los tuyos, y prepárate para el verdadero debate nacional:
“¿Quién trajo el aguacate?”

martes, 21 de octubre de 2025

ANUNCIARON AGUA… ¡Y SE ACABÓ EL PAN!

Por: Massiel Reyes-Lecont

Querido lector, si usted quiere ver el verdadero espíritu de supervivencia del dominicano, no vaya a un concierto gratis, a una paca los lunes con “todo a 25”, ni a INESPRE a comprar víveres baratos: espérese a que anuncien vaguada. 

Ese día, los supermercados se convierten en una mezcla de película de acción, reality show y romería colectiva donde todos, absolutamente todos, descubrimos el deseo incontenible de comprar raciones abundantes de pan, leche, chocolate y papel de baño… aunque vivamos solos, sin nevera y sin problemas estomacales.

No importa si es tormenta, una simple vaguada o un “fenómeno en observación”, el dominicano oye “agua” y activa el modo pánico nivel 220 voltios. Es como si la voz del COE tuviera un botón invisible que despierta el instinto primitivo de llenar carritos.

Cuando anuncian agua, hay una tradición no escrita en donde el pan, el chocolate y la leche se vuelven artículos de primera salvación. No importa si usted es intolerante a la lactosa o está haciendo dieta keto: va a comprar pan, chocolate y leche.
Y si el supermercado se queda sin pan, el dominicano se indigna:
—¿Cómo que no hay pan?
Y ahí arranca el debate entre desconocidos en el pasillo, opinando como meteorólogos y panaderos certificados por ChatGPT.

Hay un fenómeno más. No hay explicación lógica, pero el papel de baño se ha convertido en símbolo nacional de previsión. Ni Freud ni la NASA han podido descifrar por qué, cada vez que anuncian lluvia, el dominicano siente la necesidad urgente de abastecerse como si fuera un artículo de primera supervivencia. Uno pensaría que lo sensato sería comprar velas o baterías, pero no: el dominicano prefiere morir limpio, aunque sea sin luz.

Lo que demuestra este fenómeno es que al dominicano no le gusta que lo agarren desprevenido. Somos gente previsora, protectora, que cuida a los suyos. Cuando anuncian agua, detrás del corre corre y las risas, hay una verdad profunda: queremos sentirnos listos, aunque sea con una funda de pan y dos cartones de leche. Ah, y el chocolate.

Porque, al final, el dominicano es así: exagera, improvisa, se ríe en medio del caos y, aun con el carrito lleno y el cielo gris, dice con una sonrisa:

—Tranquilo, que si el COE dijo que va a llover, no va a llover na’... pero por si acaso, yo ya toy’ li’to.

LOS JUECES DEL COLMADO DIGITAL

Por: Massiel Reyes-Lecont En este país hay una institución paralela que funciona mejor que muchas oficiales: el tribunal de la opinión públi...