lunes, 15 de septiembre de 2025

ENEMIGOS GRATIS: ¡SOLO BRILLA!

En esta tierra donde hasta el dominó se juega con pasión y la vida se comenta en la fila del colmado, hay un fenómeno curioso: los enemigos gratis. Sí, gratis, como las muestras de jugo en pricesmart. No hay que buscarlos, ellos llegan solos. ¿La razón? Tan simple como peligrosa: brillaste.

Brillar no siempre significa andar con cadenas de oro o con un foco en la frente. A veces basta con ser trabajador, alegre, auténtico, o con tener la osadía de lograr lo que otros no se atrevieron ni a intentar. Y eso, querido lector, tiene un precio: la suscripción automática al club de los que no te soportan.

Pasos para ganarte enemigos gratis

1. Sé auténtico (el pecado original).
En un mundo donde muchos viven de apariencias, ser auténtico es un acto casi revolucionario. La autenticidad incomoda porque no tiene filtro, porque no pide permiso, porque no se disfraza para caer bien. El que es auténtico no necesita “photoshop emocional” para encajar. Y claro, eso irrita a los que viven pendientes de la aprobación ajena. Si decides reír fuerte aunque a otros les moleste, si te atreves a decir lo que piensas sin adornos innecesarios, ya levantaste ronchas. 

2. Atrévete a triunfar.
En este país, hasta sacar la licencia de conducir puede convertirse en un triunfo. Ahora imagínate terminar una carrera, emprender un negocio, viajar o lograr un cambio físico importante. Eso, en lugar de motivar a algunos, se convierte en una espina en su orgullo. ¿Por qué? Porque tu éxito evidencia su abandono, su falta de disciplina, o simplemente su miedo a intentar. Tú no hiciste nada malo: solo te esforzaste. Pero para ellos, tu logro se siente como una bofetada silenciosa. 

3. Brilla sin pedir permiso.
La alegría tiene un poder extraño: molesta. Y más si viene de alguien que, según otros, “no tiene razón para estar feliz”. Cuando decides vivir con entusiasmo, bailar aunque no haya música, reír aunque los problemas existan, se genera incomodidad. El enemigo gratis no soporta tu brillo porque le recuerda la sombra donde eligió quedarse. Para él, tu sonrisa es un desafío, tu celebración un agravio personal. La verdad es que nadie necesita dar explicaciones para disfrutar la vida. Si quieres brillar, brilla. No preguntes si puedes, porque el permiso nunca llegará. 

4. No entres al ring.
Aquí está la trampa favorita del enemigo gratis: provocarte. Quieren que te ensucies en su pleito, que respondas a sus indirectas, que devuelvas las piedras. Pero recuerda: no hay mejor desprecio que no hacer aprecio. El silencio es un arma poderosa. Cuando decides no responder, dejas que la tormenta se apague sola. No entrar al ring no es cobardía, es inteligencia. Porque si peleas con alguien que vive en la oscuridad, al final ambos terminan manchados. No pierdas tu tiempo en demostrar lo que ya está claro: que brillas. ¿Y cómo se defiende una vela de la oscuridad? Encendiéndose más. Que hablen, que inventen, que ladren… mientras tú sigues avanzando, ellos se quedan discutiendo en la esquina.

Recuerda: no es contra ti, es contra ellos mismos. 

Este es el truco más grande para no volverse loco con los enemigos gratis: entender que la batalla no es contigo, es con ellos mismos. Tú solo eres el “pretexto” visible de una guerra interna que ellos ya tenían perdida.

El enemigo gratis no odia tu sonrisa, odia que la suya está apagada. No le molesta tu logro, le duele su propia renuncia. No le incomoda tu autenticidad, sino la máscara que se puso hace años y ahora no se puede quitar. En el fondo, tú eres un espejo que refleja lo que les falta, y ese reflejo les quema como el sol a las 12 del mediodía en agosto.

Lo mejor que puedes hacer es no personalizarlo. Porque si crees que de verdad es contra ti, caerás en la trampa de apagar tu luz o sentir culpa por brillar. Y no, la culpa no es tuya. El problema no es tu brillo, es su sombra.

Así que cada vez que aparezca uno de esos enemigos gratuitos, míralo como quien ve un carro viejo tocando bocina porque no puede arrancar: mucho ruido, poco avance. Tú sigue en lo tuyo, que al final no hay pleito que dure más que una conciencia en paz.

Y como diría un buen dominicano: “Si no tienes enemigos, revísate… a lo mejor es que no estás haciendo nada interesante”.

martes, 9 de septiembre de 2025

CUANDO EL PESIMISMO ANDA SUELTO Y SIN GPS

Porque si el vaso está medio lleno o medio vacío, depende de quién lo mire… y de si hay hielo.

Por: Massiel Reyes-Lecont  

En este país hay gente que nació con un talento natural: complicar lo sencillo. Son expertos en encontrarle el lado oscuro al sol y en ver el vaso medio vacío, aunque el vaso esté rebosao. Tú les das una solución y de inmediato se convierten en ingenieros de problemas.

Por ejemplo:
—“Mira, me salió una entrevista de trabajo.”
—“Ajá, y seguro ya tienen a alguien ahí, eso es de embuste.”

—“Creo que esta relación va bien.”
—“Sí… hasta que se acabe, tú verás.”

—“Me compré un carro nuevo.”
—“Felicidades… ahora prepárate pa’ los tapones y la gasolina cara.”

O aquel clásico:
—“Vamos a ahorrar entre todos y hacemos el viaje soñado.”
—“¿Y si se atrasa el vuelo? ¿Y si llueve? ¿Y si el avión se cae?”

¡Señores! Es que hay gente que le tiene alergia a la alegría. No disfrutan la brisa porque dicen que puede venir una tormenta. No comen helado porque les puede dar gripe. No sonríen en la foto porque después “la vida da mucha vuelta”.

Y uno se pregunta: ¿qué clase de ejercicio mental hacen pa’ convertir un chance de felicidad en una tragedia griega?

Lo cierto es que el pesimismo, aunque parezca un chiste, es contagioso. Se pega rápido y, si no nos cuidamos, nos amargan el café de la mañana. Pero también existe la contraparte: la gente que ve en cada lío una oportunidad. Esos son los que se mojan bajo la lluvia bailando, los que convierten un apagón en noche de dominó y los que, aunque el banco esté en número rojos, te dicen: “tranquilo, que con fe y arroz blanco siempre se resuelve”.

La vida, al final, es como un sancocho. Siempre va a tener hueso y cosas duras, pero también tiene su carne y su sazón. Depende de cada quien decidir si se queda atragantao con la yautía o si disfruta el caldito sabroso.

Así que, querido lector, la próxima vez que se le presente un problema, pregúntese bien: ¿va a ser de los que buscan la solución o de los que inventan mil excusas pa’ que nada funcione? Porque entre el pesimismo y el optimismo hay una línea más delgadita que hoja de yuca… y muchas veces solo hace falta un chin de sazón pa’ cruzarla y disfrutar del sabor de la vida.

viernes, 5 de septiembre de 2025

SINCERIDAD vs. SINCERICIDIO: ¿Decir la verdad o morirse con ella?


En esta vida, mi querido lector, uno siempre tiene que andar con cuidado con lo que sale de la boca. Porque hay una cosa muy bonita llamada sinceridad, y otra muy peligrosa llamada sincericidio. La primera te hace ver como una persona honesta, clara y hasta confiable. La segunda… bueno, la segunda te puede costar desde una amistad hasta un buen zumbón de tu jefe.

La sinceridad es como el mangú con los tres golpes: nutritiva, sabrosa y necesaria. Uno siente paz cuando dice la verdad sin malicia, sin adornos de más, pero con respeto. Ahora, el sincericidio es como ese café sin azúcar que te dan en una reunión larga: te despierta, pero a la mala.

Nosotros, los dominicanos, somos expertos en ponerle sazón a las palabras. Uno puede decir la cosa más dura, pero entre risas, con una chercha de por medio, y la gente hasta se lo goza. Ejemplo: en vez de soltar un “tú estás gordo”, lo disfrazamos con un “te tan' regalando la libra de arro'. Estás comiendo bueno”. Eso es sinceridad con gracia.

Pero cuando a alguien se le ocurre decir lo mismo en modo sincericidio —“la crema!!, pareces un pastel en hoja mal envuelto en navida'”—, ahí se acabó el coro. Y es que no es lo mismo ser sincero que ser lengüetero.

En la oficina es donde más se prueba este dilema. Tú quieres ser honesto, pero no quieres perder el empleo. Ejemplo: tu jefe te presenta un proyecto horrible, de esos que ni el PowerPoint quiere abrir, ni el ChatGPT reconoce. La sinceridad te dice: “jefe, creo que podemos pulirlo más”. El sincericidio, en cambio, te hace soltar: “con ese disparate no llegamos ni a la esquina”. Resultado: la nómina no te vuelve a ver.

Ahí es donde el sincericidio hace más estragos. Porque una cosa es ser claro con la pareja y decirle: “amor, creo que deberíamos mejorar la comunicación”. Y otra muy distinta es salir con un: “yo hablo más con mi cargador que contigo”. ¿Ves la diferencia? Una construye, la otra destruye y, de paso, te deja durmiendo en el mueble.

La sinceridad es medicina; el sincericidio es veneno. Todo está en la dosis y en la forma. Porque la verdad no mata, lo que mata es cómo uno la dispara. Así que antes de soltar un comentario, pregúntese: ¿voy a ser sincero o me voy a suicidar socialmente con esta lengua suelta?

Porque el que dice la verdad con respeto siempre abre puertas, y el que habla sin filtro… termina cerrándolas todas de golpe.


jueves, 4 de septiembre de 2025

ENTRE TÓXICOS Y VITAMINAS ¿con quién te estás juntando?

Por: Massiel Reyes-Lecont

En la vida, querido lector, hay dos especies muy particulares: las personas tóxicas y las personas vitaminas. Sí, así mismo como lo oye. Unos te suben la presión y otros te suben la vida.

Los tóxicos son como ese zumbador de mosquitos en el oído cuando estás durmiendo: no te dejan en paz. Son los que siempre tienen un “pero” para todo, los que cuando tú dices “me compré un carrito”, te sueltan: “¿y con qué dinero? Seguro está encharcao hasta que Duarte sea presidente”. ¡Dios mío, suelten banda! Todo lo ven negro y hasta la alegría más grande se les hace un drama. Los tóxicos son como esa nube que se atraviesa justo cuando ibas a tomar la mejor foto del atardecer: llegan, se plantan y arruinan la vista. 

En cambio, las personas vitaminas son otra cosa: esos son los que te empujan pa’ lante, los que te aplauden hasta cuando fríes un huevo sin romper la yema. Te dicen: “¡Dale, tú puedes!” y hasta te hacen sentir que ganaste una medalla olímpica porque lograste levantarte temprano un lunes.

En el trabajo, los tóxicos son como ese cafecito que uno pide y llega frío: nada te alegra el día. Esa coca cola que llega caliente cuando hace calor. Son los compañeros que critican todo, se quejan de cada proyecto y parecen competir pa’ ver quién arruina más el ambiente. Hasta una reunión corta se puede sentir como una novela de suspenso con ellos cerca. Pero ojo, aprender a lidiar con ellos con humor y poner distancia cuando hace falta es la clave pa’ que no te roben la motivación ni las ganas de seguir adelante.

La diferencia es evidente: los tóxicos te restan, los vitaminas te multiplican. Y no se trata solo de halagos; se trata de energía, de esas vibras que uno siente al terminar una conversación. ¿Acabaste con el ánimo por el suelo o con ganas de conquistar el mundo? Esa es la señal.

Y ojo, no es que a los tóxicos hay que odiarlos. No, porque también enseñan: te muestran lo que NO quieres ser y lo que no debes permitir en tu vida. Es como el ají picante: en poca dosis da sabor, pero si te descuidas, te arde hasta el alma.

Así que haga su inventario: Si al terminar una conversación usted siente que le pesa el cuerpo como si hubiera cargado blo' en Guachupita, ya usted sabe… ¡suelte eso! Pero si termina con energía, con ganas de bailar un merengue o ponerse creativo, entonces celebre, que está rodeado de pura vitamina.

Porque al final, querido lector, la vida es corta y no se hizo pa’ andar envenenado. Mejor póngase pa’ lo suyo y busque gente que, en vez de chuparle la energía, le dé pilas pa’ seguir soñando. No necesitamos sumar gente que nos baje el ánimo. Escoger con quién compartimos tiempo y poner distancia con los tóxicos es un acto de sabiduría… y de supervivencia social.

Así que recuerde: rodéese de personas vitamina y enfrente a los tóxicos con prudencia y buen humor. Una sonrisa estratégica frente a la negatividad, combinada con la compañía correcta, es la receta pa’ mantener la motivación, la alegría y la salud emocional. Porque la vida, se vive mejor riéndose… incluso cuando un tóxico anda cerca.


jueves, 28 de agosto de 2025

📰 LA PUYA: Patrimonio de la Nación y deporte de oficina

Por: Massiel Reyes-Lecont 

En este país nuestro, donde el plátano es verde hasta que se fríe y el calor no se negocia ni en invierno, hay una disciplina olímpica que todavía el Comité Internacional no ha reconocido: el lanzamiento de la puya. Y mire, aquí hay gente que la practica con tanta destreza que debería haber ligas profesionales, con medallas y todo.

Pero, ¿por qué la gente tira tanta puya? Sencillo: porque decir las cosas de frente requiere dos ingredientes escasos en algunos profesionales: valor y honestidad. Mucha gente prefiere la vía fácil: lanzar la indirecta y hacerse el loco. Así se sienten valientes sin correr el riesgo del cara a cara. Es como jugar dominó con fichas prestadas: mucha bulla, pero poca sustancia.

En la vida social ya estamos curados de espanto. Siempre aparece la tía que, con sonrisa de misa y lengua de cuchillo, te suelta: —“Ay, mi hija, qué bien te veo… ¡estás prosperando en libras!”. Traducción: “te tas poniendo como una yuca con mantequilla”.

El vecino tampoco se queda atrás. Te ve llegar en tu carro nuevo y comenta en voz alta, con malicia incluida: —“Qué bueno que algunos ya pueden darse sus lujos… aunque el banco sea el verdadero dueño”. Y uno, con la risa congelada, sabe que la puya no la brinca chivo.

Porque la puya en este país no se come aparte: viene incluida en el menú, justo al lado del arroz, la habichuela y la carne. Y cuidado, que a veces llena más que la misma comida.

Ahora, cuando la puya se muda al ámbito laboral, la cosa se pone interesante. El jefe que lanza indirectas en plena reunión: “Aquí hay empleados que confunden la hora de entrada con la hora de desayunar”. El colega que suelta la suya en tono de chiste: “Menos mal que algunos mandaron el informe… aunque se notó que lo hicieron con chatGPT”. Y el departamento entero se ríe nervioso, porque todos saben a quién le tocó el tablazo.

Lo curioso es que esos mismos “tiradores olímpicos de puya” suelen ser gente con títulos y maestrías colgando en la pared. Pero viendo su nivel de madurez, uno piensa: “¿Será que esos diplomas los rifaron en una tómbola junto con una batidora y un juego de sábanas?” Porque para algunos, el título no les sirvió ni para aprender a decir las cosas de manera adulta.

Y no hablemos de lo que pasa cuando se usa la palabra “bruto”. Esa sí que es mágica. Porque lo que más ofende a un bruto es que le digan bruto. Brinca, patalea y hasta te escribe un correo de tres párrafos defendiendo su “capacidad intelectual”. Pero ahí mismo uno confirma la teoría de mi abuela: “El que no es, no se ofende”.

Mientras tanto, la oficina sigue igual: un coliseo de gladiadores donde las espadas son indirectas, los escudos son sonrisas hipócritas y el público aplaude cada puyazo bien lanzado.

En conclusión, la puya dominicana es más que un chiste: es un espejo. Refleja el miedo a ser frontal, la costumbre de disfrazar la verdad y la falta de coraje para asumir lo que se piensa. Entre risas, carcajadas y hasta malestares, ahí seguimos: viviendo en un país donde nadie muere de una puya, pero más de uno queda marcado.

Y si mañana declaran la puya como deporte nacional, yo no tengo dudas: en la categoría laboral, ganamos medalla de oro.


lunes, 18 de agosto de 2025

LOS HIJOS DE DON DIA-BLO

Idea original de Jacinto… ¡y yo solo le puse el sazón!

Por: Massiel Reyes- Lecont

En este país uno ve de todo, pero nada se compara con la creatividad de cierta gente para intentar serrucharle el palo a otro. Y lo más curioso es que muchas veces ni siquiera es un palo que uno buscó, sino que fue pura gracia y bendición de Dios. Ahí es que da risa.

Mire el caso de José, el de la Biblia. Sus propios hermanos lo quisieron sacar del medio, lo vendieron como esclavo y pensaron que ahí terminaba todo. Y mire cómo terminó la película: siendo el segundo hombre más poderoso de Egipto. Moraleja: cuando Dios decide, no hay complot que valga.

Pero todavía, en pleno 2025, hay gente que llega a los lugares de trabajo con la misión olímpica de desmeritar al que encuentra, de ridiculizarlo, de exhibir "logros" que solo existen en su imaginación. Son tan inseguros y tan desubicados que hasta respirar al lado de ellos produce incomodidad. Y como la incoherencia no dura, al poco tiempo salen del escenario, porque lo que se edifica con falsedad no aguanta dos aguaceros seguidos.

Es una torpeza de marca mayor. Si es Dios quien posiciona a alguien (y eso uno nunca lo sabe), meterse en esa guerra es como dar trompadas al aire contra el mismo Creador. ¿Resultado? Usted cansado, frustrado y derrotado, mientras el otro sube de nivel. Y sube no por usted, sino porque el que lo colocó ahí lo puede exhibir todavía más alto.

José es un ejemplo, pero la lista es larga: David, que Saúl intentó tumbar; Salomón, que heredó un reino contra todo pronóstico; Mardoqueo, que Amán quiso colgar en la horca y terminó colgado él mismo; y ni hablar de Jesús, que fue rechazado, pero sigue siendo el nombre sobre todo nombre.

Al final, este jueguito de serruchar palos lo inventó Lucifer, que quiso desplazar al mismo Dios del cielo. De ahí que cada vez que alguien se dedica a esa práctica, solo confirma su ADN espiritual: hijo de don dia-blo.

Así que, querido lector, si usted anda en esa onda, suelte eso. Y si alguien intenta serrucharle el palo, siéntese cómodo, pida un cafecito y disfrute del espectáculo… que al final, el que tiene la última palabra es Dios.

miércoles, 13 de agosto de 2025

EL ARTE DE METERSE EN LA VIDA AJENA... PERO CON CARIÑO.

En tiempos de likes y corazoncitos virtuales, la verdadera cercanía sigue siendo tan escasa como el aguacate barato en diciembre.

Por: Massiel Reyes-Lecont

Vivimos en una era donde hay mil maneras de “estar conectados”, pero cada vez menos ganas de cruzar la calle para saludar. Interesarse genuinamente por la gente se ha vuelto un lujo, casi un acto revolucionario. Y no hablo de ese “¿Cómo tú estás?” que uno suelta por compromiso mientras ya va mirando el celular, sino de esa pregunta con pausa, con intención y con las orejas bien abiertas… como quien de verdad quiere saber si dormiste bien o si todavía te duele la rodilla.

No todo el que pregunta “¿Y la familia?” lo hace con veneno. Algunos lo hacemos con cariño de verdad, porque nos importa, no porque estemos buscando material para el grupo de WhatsApp.

El dominicano, por naturaleza, es fisgón… pero del bueno (la mayoría de las veces). Nos encanta averiguar, opinar, preguntar. El secreto está en hacerlo sin agendas ocultas: no es lo mismo un “¿Cómo estás?” genuino, que aparecer después de cien años de soledad con un “¿Cómo estás…? ¿Y el perro? ¿Y tu mamá? mujer buena esa. ¿Y Marcos? (o Marta, da igual) Ya tú sabes, un hombre o mujer que lleva tiempo fuera del radar, enterrado y hasta con el cabo de año pasado encima… Para luego saltar como todo un león o tigresa: ‘Oye, préstame cinco mil hasta el quince’”. Va'mo a calmano.

Como decía Dale Carnegie —que no era de Villa Juana, pero bien pudo ser—, (y con mis palabras) interesarse sinceramente por los demás es la clave, no solo para ganar amigos, sino para construir relaciones que no se caigan con el primer malentendido… o la primera mala racha del Licey. Porque en el fondo, todos sabemos distinguir entre quien se acerca por afecto y quien lo hace por conveniencia.

En un mundo saturado de notificaciones, a veces lo que más necesitamos no es un mensaje con un emoji de abrazo, sino un abrazo de verdad. Que la gente aparezca no solo en tu cumpleaños, sino un martes cualquiera, sin razón, solo porque sí. Que tu presencia en la vida de otros no sea como la visita del cometa Halley: bonito, pero cada 75 años. Mejor que sea como el café colado de la mañana: diario, constante y sin condiciones.

Así que, la próxima vez que pienses en alguien, no te quedes en el meme (bueno, mándalo también, que uno no es de hierro y necesita reirse un chin). Llama, pasa por su casa, siéntate a hablar sin reloj, sin celular, sin agenda y sin intención disfrazada. Porque en un país como el nuestro, donde el cafecito y la chercha son patrimonio cultural, el interés genuino no solo se nota: se agradece, se recuerda y, sobre todo, se devuelve.

Como dijo un sabio filósofo griego-alemán del Capotillo: “El cariño que no se ve, se enfría… y se daña como locrio sin nevera.”

Este tema me lo sugirió Jacinto, fan de mis escritos, en una de esas conversaciones que empiezan con un “vamos a hablar un chin” y terminan horas después: sin agenda, sin teléfono y sin prisa… solo con la certeza de que ese rato valió más que mil mensajes y salió mejor que cualquier chat de WhatsApp. A propósito, Jacinto ¿tienes cinco mil hasta la semana que viene? Tranquilo querido lector, no es que el es mi cajero personal… pero, si hay que pedir, yo sí puedo.


ENEMIGOS GRATIS: ¡SOLO BRILLA!

En esta tierra donde hasta el dominó se juega con pasión y la vida se comenta en la fila del colmado, hay un fenómeno curioso: los enemigos ...