jueves, 27 de noviembre de 2025

EL PROBLEMA NO ES EL TRABAJO: Es el “para ayer” P E R M A N E N T E

Por : Massiel Reyes-Lecont 

Vamos a decirlo sin tanto rodeo: la gente no se quema por trabajar. No, señor. Si fuera por trabajar, este país tuviera más gente brillando que una vitrina de Navidad. Lo que quema es otra cosa: la improvisación crónica, esa enfermedad silenciosa que hace que las oficinas funcionen como si cada día fuera un episodio nuevo de una serie donde todos improvisan el guion.

Porque trabajo duro no es igual a caos disfrazado de compromiso. Y nosotros, caribeños por naturaleza, tenemos un talento para el “resuelve” que a veces funciona… hasta que deja de funcionar. Hasta que el famoso Excel aparece a las 11 p. m. como si fuera un fantasma que viene a recordarte tus decisiones de vida. Hasta que el “es para ayer” se convierte en la frase oficial del año. Y no te confundas: nadie pidió que fuera para ayer; simplemente nadie lo planeó.

Ahí es que empieza el burnout: no en la tarea, sino en la falta de dirección. No en el esfuerzo, sino en ese eterno bombero emocional que uno tiene que activar para apagar fuegos que ni siquiera prendió. Y cuando esa rutina se normaliza, cuando el caos se institucionaliza como si fuera una tradición laboral más, algo se rompe. Y lo que se rompe, casi siempre, es la gente.

Porque la cultura del drama —ese cortisol corporativo que se respira desde el pasillo— termina empujando al talento en dos direcciones: o se va, o se apaga. Así, sin intermedio. Y perder talento no es solo un problema de recursos humanos; es un problema de futuro. De competitividad. De calidad.

Vamos a admitirlo: trabajar no es el problema. El problema es trabajar sin planificación, sin claridad, sin respeto al tiempo (propio y ajeno), sin procesos que funcionen más allá de la buena voluntad del día. El problema es que algunos lugares confunden urgencia con productividad, estrés con eficiencia y sacrificio con excelencia.

La buena noticia es que esto tiene remedio. Y no, no es el yoga de los viernes ni el cafecito motivacional que ponen en la mesa de reuniones. Lo que cura el agotamiento no es la frase bonita en la pared, es la organización. Es tener metas claras, roles definidos, procesos reales y deadlines que no provoquen que el alma quiera salirse por el oído.

Porque cuando el trabajo tiene estructura, la creatividad florece. Cuando hay planificación, la gente respira. Cuando hay orden, el talento se queda… y brilla.

El reto no es trabajar menos. El reto es trabajar mejor.
Y quizá, solo quizá, dejar de pedir “para ayer” lo que nunca se planificó para hoy.

Inspirado en una publicación escrita por Iris Reyna,Entrenadora de Líderes, Mentora y Consultora en Cultura Organizacional, que vi mientras navegaba por LinkedIn. Foto incluida.

martes, 25 de noviembre de 2025

CUANDO EL 'TE AMO' VIENE CON GPS Y CONTRASEÑA

Por: Massiel Reyes-Lecont 

Dicen que el amor es lindo, suavecito, como una brisita en Punta Cana a las cinco de la tarde. Pero ay, mi amor… si tú supieras la cantidad de cosas que nos han vendido como “románticas” cuando en realidad son más tóxicas que un jugo verde hecho con cilantro, molondrón, limón y malas decisiones. Hoy venimos con humor —porque la verdad duele menos cuando uno se ríe— a hablar de lo que NO es amor, pero que muchísima gente deja pasar, normaliza o hasta celebra. Y entre chiste y chiste, quizá alguien se reconoce y decide no renovar esa suscripción emocional que tanto le ha costado.

Por ejemplo, eso de “sin ti no soy nada” suena precioso en canciones, pero en la vida real es una señal roja con luces LED y bocinas de emergencia. No es romántico que alguien necesite perder su identidad para demostrar que te ama; eso no es amor, es dependencia emocional con disfraz poético. El amor sano dice: “Contigo soy más, pero sin ti también puedo ser”. Y punto.

Otro clásico del paquete tóxico es el famoso “me cela porque me quiere”. Ajá, claro… y yo soy astronauta porque subí a la azotea. Los celos no son una prueba de amor, son inseguridades con ropa de gala. Cuando alguien quiere controlar a quién ves, qué posteas, con quién hablas o qué tan feliz te ves sin él, eso no es cariño: es vigilancia emocional. Y la vigilancia, mi vida, no enamora a nadie.

También está esa frase que tantas novelas han arruinado: “Él/ella es así, pero en el fondo me ama”. Mira… el fondo es donde se hunden los barcos. Justificar gritos, silencios eternos, desplantes o humillaciones porque “tiene un carácter fuerte” es hacerse el loco profesionalmente. Si algo te hace daño, no es carácter. Si te duele, no es amor. Si hay que explicarlo todos los días, no funciona.

Y ni hablar del “se molesta si salgo sin avisarle… porque se preocupa”. La preocupación genuina pregunta: “¿Llegaste bien?”. El control, en cambio, exige reportes adelantados, fotos del sitio y el listado de quién estaba ahí. Una persona que te ama quiere que vivas, no que pidas permiso para existir; te acompaña, no te encierra.

Y, por supuesto, está el cuento de que “él/ella me quiere tanto que no soporta que otros me miren”. Si alguien quiere esconderte del mundo, taparte la luz o mantenerte chiquito para sentirse seguro, eso no es amor: es miedo a que otro te trate como mereces. El amor de verdad no te apaga; te aplaude.

Bromas aparte, este tema es serio. Entre refranes dominicanos y risitas nerviosas, hay una verdad que necesitamos masticar: muchas conductas dañinas se disfrazan de amor, y por costumbre, miedo o soledad, las aceptamos como parte del paquete. Pero el amor —el bueno, el verdadero, el que no necesita drama para sentirse intenso— no te lastima, no te drena, no te achica.

El amor no se sufre: se vive. Lo que duele, lo que asfixia, lo que humilla, lo que te hace sentir menos… eso no es amor, por más canciones que lo digan, por más excusas que inventemos. Así que hoy, entre risas, reflexionemos un chin. Revisemos nuestros vínculos con un poquito más de cariño hacia nosotros mismos. Porque al final del día, el amor empieza donde uno se respeta.

martes, 11 de noviembre de 2025

SE FUE LA LU'

por Massiel Reyes Leconte 

Se fue la lú. Así, sin previo aviso, sin pedir permiso y sin dejar ni una cartita en la nevera. A plena tarde, la República Dominicana entera se quedó en modo “ahora sí estamos en apagón nacional”. Y no un apagón cualquiera, no. Este vino con estilo: paralizó el metro, dejó al teleférico colgando en el aire y convirtió a Santo Domingo en una coreografía de bocinas, sudor y paciencia.

El metro, tan puntual y orgulloso de su eficiencia, se quedó plantado en mitad del túnel. Los pasajeros miraban las puertas cerradas como quien mira el futuro incierto: oscuro y caluroso. Algunos se rieron, otros rezaron, y uno que otro ya calculaba si le daba tiempo a llegar caminando. Mientras tanto, el teleférico —ese que presume de vistas espectaculares— se convirtió en balcón improvisado, con gente colgando entre cielo y tierra, contemplando la ciudad con un humor que solo da el susto compartido.

Afuera, el caos fue el mismo, pero con banda sonora de bocinas. Los semáforos decidieron tomarse el día libre, y en cada esquina los carros se miraban como gallos en pelea: “¿Paso yo o pasas tú?”. El que más pitaba era el que menos se movía. Y por si fuera poco, las paradas se llenaron de gente buscando carrito, con filas que daban la vuelta a la manzana. “Tú ve, cuando uno más lo necesita, el carrito se hace invisible”, decía una doña con el moño amarrado y el cartoncito en la mano.

Mientras tanto, los precios de Uber y las aplicaciones de transporte se dispararon como cohete de Año Nuevo. “Tasa dinámica, mi amor”, le decía el chofer a una muchacha que, entre resignada y divertida, veía cómo un viaje de 200 pesos se convertía en 800 en cuestión de segundos. Y como si fuera poco, el calor no perdonaba, porque el apagón decidió venir con combo completo: sin luz, sin brisa y sin paciencia.

Pero más allá del relajo, el apagón dejó una pregunta flotando en el aire: ¿qué tan preparado está nuestro país para cuando la tecnología dice ‘me cansé’? Porque en un segundo pasamos de ser la ciudad moderna del Caribe a un gran juego de dominó a oscuras. Y aunque el dominicano siempre se las ingenia —porque si no hay luz, hay velas; si no hay velas, hay celular; y si no hay batería, pues se charla—, lo cierto es que la dependencia del “clic” nos pasa factura.

Aun así, no faltó quien se lo tomara con humor. En las redes llovían los memes: “Se fue la lú, pero el calor se quedó”; “El teleférico ahora es un columpio nacional”; “En el metro, la conversación fluyó más que el tren”. Porque si algo tiene este país, es la habilidad de reírse hasta de la desgracia.

Pero ya el tema estaba servido: el apagón se volvió trending, la gente con historias para contar, y el país recordando que, al final, el dominicano no se apaga ni aunque se vaya la luz.

Porque aquí, mi hermano, la lú se va, pero la chispa… esa nunca se apaga.


LOS JUECES DEL COLMADO DIGITAL

Por: Massiel Reyes-Lecont En este país hay una institución paralela que funciona mejor que muchas oficiales: el tribunal de la opinión públi...